Es el título de una excelente película sobre toros dirigida por Albert Serra en coproducción hispano francesa y portuguesa realizada durante el año 2024 y localizada en diferentes ruedos españoles. Más que una película al uso se trata de un documental centrado en dos protagonistas de excepción: el toro de lidia y el torero más admirado, Andrés Roca Rey. La cinta impresiona vivamente ya desde su comienzo con un primer plano de un enorme toro que despierta sentimientos de temor y fascinación en el espectador. La belleza salvaje del animal y su majestuosa estampa las mantiene la cámara prolongando ese impactante plano muy destacado mediante la iluminación que ya anuncia el carácter del documental.
El sonido de fondo no es otro que la ronca respiración del animal que subraya el dramatismo de la escena. Inmediatamente la atención de la cámara se dirige hacia el otro protagonista de la cinta: el maestro Roca Rey sentado en la posición del copiloto en la furgoneta que le traslada, junto a su cuadrilla, de una plaza a otra para desarrollar su arte como torero. Y así el documental se moverá en los tres escenarios: la furgoneta, la plaza de toros y la habitación del hotel. Esta escena inicial del torero vestido con su traje de luces, con gesto dolorido y expresión de profunda fatiga se acompaña del sonido de su respiración agitada en perfecta sintonía con el sonido inicial de la respiración del toro. Es el modo inteligente de anunciar la concordancia existente entre los dos actantes de la Fiesta: sonido y movimiento en perfecta sincronía y ya en el ruedo definitorios de la profunda esencia que es la base de la tauromaquia: lidia en la que la vida es el riesgo. Las escenas tomadas en diferentes plazas se centran justamente en el drama inherente al espectáculo: la sangre del animal y la del torero empapando el bellísimo traje de luces que acentúan el drama que se desarrolla ante el asombrado ojo de la cámara. El dolor y el miedo del hombre embestido por la implacable fuerza del animal, así como la precipitación de la cuadrilla para atender al maestro herido mostrarán sin reserva alguna, el terrible dramatismo del espectáculo. No hay complacencia en recrearse con los factores más amables del espectáculo; no hay apenas música y, cuando se oye, es en sordina; escasean los lances con el capote, que suele ser la suerte más vistosa; ningún plano de las gradas que permitan observar las reacciones del público y desviar la atención hacia lo que de verdad interesa: el duelo entre la fuerza y la inteligencia, del que solamente uno de los dos saldrá con vida. Por ello la cámara nos acerca dramáticamente la cara agonizante del toro cuando ya ha sido definitivamente derrotado por la inteligencia del torero que ha sabido vencer a su mayor enemigo: el miedo a la muerte. El joven maestro exhibe sin rubor la enorme fatiga que la faena provoca y que, de nuevo, debe disimular con la forzada sonrisa dedicada a los saludos de los admiradores a los que adivinamos al paso de la furgoneta que le conduce con la cuadrilla a la habitación del hotel. Y este será el otro escenario elegido por el director del documental. Asistimos a la dificultosa liturgia del vestido del torero en la profunda soledad existencial que envuelve al hombre, cumpliendo con una dificilísima tarea de capas, lazos, broches que constituyen la segunda piel de un joven que exhibe su torso apolíneo, trabajado con el permanente cuidado de su espectacular físico. La cámara se detiene en las estampas de la Virgen cuya protección implora mediante la oración y el ritual fetichista mecánicamente impelido por el miedo al que se va a enfrentar. La cámara se recrea con lentitud en esos dramáticos momentos en los que el torero en soledad debe enfrentarse al miedo y el riesgo que le esperan en el ruedo. El rostro aniñado del maestro se vuelve grave y adquiere el gesto solemne del oficio que debe desempeñar solo ante el toro. En esos momentos de silencio es cuando el joven parece tomar conciencia de su profunda soledad al enfrentarse a su propia existencia.
El documental se centra en la absoluta desnudez y el profundo significado del espectáculo. Asistimos a aquello que no vemos en la plaza como espectadores. Al no distraer nuestra atención con los ornamentos que suelen acompañar a la fiesta, el trágico y profundo sentido del arte taurino se desnuda y centra en la verdad de la tauromaquia con toda desnudez. Muy merecido el galardón obtenido en el Festival de cine de San Sebastián: la Concha de Oro.