Queridos lectores, paz y bien. Dejamos atrás, pero sólo en parte el tiempo de la Navidad. Porque hoy los cristianos celebramos la domenica dies, el día del Señor, Sunday el día del sol en inglés, el domingo. Y este domingo continuamos el ciclo de la Epifanía de Jesús. La adoración de los Magos, el lunes pasado, el Bautismo del Señor hoy, y las bodas de Caná el domingo que viene, forman un tríptico verdaderamente luminoso.
La institución para ingresar en la Iglesia de los primeros siglos era el catecumenado. En el contexto de las persecuciones, los cristianos hacían discípulos (adultos), y las cristianas hacían discípulas (adultas), a los que catequizaban durante dos o tres años de preparación y catequesis, al final de los cuales, tenían unos meses especiales para la preparación inmediata al bautismo. En nuestra diócesis hay varias personas preparándose para el bautismo. Y la misma liturgia está pensada para ellos en estos tres domingos y más tarde en las semanas de Cuaresma y Pascua.
Por tanto, estos tres domingos suponen un paso importante para cuantos adultos se preparan para entrar en la Iglesia a través del sacramento del bautismo. En Francia, donde mayoritariamente se bautizan adultos, superaron el año pasado a España en número de ingresos a la Iglesia católica.
Y es que la fe no consiste simplemente en heredar socialmente una adscripción, o en acoger unas doctrinas o verdades, sino más bien consiste en caminar en el conocimiento y seguimiento de Aquel que ha abierto senda a la humanidad para retornar a Casa, al Paraíso.
Siguiendo ese itinerario, Jesús hoy es presentado oficialmente en la historia de salvación de Israel por aquel último profeta, que, como un nuevo Elías, ha recibido el encargo de señalarlo en medio de los hombres y mujeres de su tiempo.
En efecto Juan el Bautista, el bautizador de pecadores ha salido por fin al río Jordán a purificar al pueblo y disponerlo para que acoja al Mesías, al liberador largamente prometido. Aunque muchos estemos ya bautizados, necesitamos renovar, actualizar y vivenciar la experiencia del bautismo. Literalmente, bautismo significa inmersión en el agua. Quienes hemos ido a Tierra Santa, o al Santuario de Lourdes, hemos podido experimentar la sensación de abandono cuando nos sumergimos en la piscina del santuario o en el río Jordán, en esa agua que lava y purifica, en el agua que, tras la inmersión, nos saca a un mundo nuevo.
PODEROSO SÍMBOLO. Sumergirse es un poderoso símbolo que hace vivenciar que quien sale del agua, de esa agua que representa el pecado y la muerte, es ahora una criatura nueva. El agua se lleva la inmundicia, cuanto lastraba nuestra vida, el pecado que había desactivado el amor y la alegría en nosotros. Sumergirse siguiendo la invitación del Bautista, es un poderoso signo para pecadores, para humildes, para descartados por la ley de Dios.
Paradójicamente, Jesús se presenta en la historia haciendo paciente y humildemente cola para ser bautizado por su primo Juan. Su presentación es inquietante, extraña: el Hijo de Dios se presenta oficialmente en la historia en medio de cuantos han sido desbordados por la vida, y marginados por la ley.
Y en esa discreción y pequeñez de Jesús Mesías, su Padre Dios revela su identidad y misión. Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto. ¡Cuánto contraste! El liberador, mezclado con los liberados; Dios, con la humanidad, el santo, con los pecadores.
Y se manifiesta también que el Espíritu Santo es quien lo ungirá a lo largo de su camino en nuestro mundo. Preciosa invitación a sumergirnos en el río Jordán, a reconocer que Dios disfruta perdonando y dando siempre nuevos comienzos.
POSICIÓN CLARA. El bautismo del Señor implica una toma de posición clara por parte de Dios ante la humanidad. No es ni mucho menos, imparcial, aséptico, ecuánime. Dios realiza una discriminación positiva hacia los últimos, los descartados, los aparcados en las cunetas de la historia.
Así se lo manifestará Jesús a Zaqueo: «el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido» (Lc 19, 10). Por tanto, la fe no consiste en hacer surf en los límites del caos de esta vida, sino en zambullirnos decididamente en nuestra soledad, nuestro deseo, y descubrir que ha sido creado para ser colmado por el Amor que es nuestro Dios.
Esta es su apuesta para con la humanidad, tesoro de Dios llevado en vasijas de barro, pero tesoro maravilloso que espera salir a la luz. Previa inmersión en las aguas que nos limpian. Buen día del Señor.