Mikel Garciandía

Carta del obispo

Mikel Garciandía

La Carta del obispo de Palencia


Epifanía

05/01/2025

Queridos lectores, ¡paz y bien! Este segundo domingo después de Navidad, la Palabra de Dios vuelve a incidir en el sentido profundo del misterio de la Encarnación. Quien lo conoce, ha alcanzado la sabiduría, la sapientia. Esta, no es tanto una noción que remite a lo intelectual, cuanto a lo sensorial. Hurgando un poco en el latín, podemos decir que sápere (acentuado así) no es lo mismo que sapére (pronunciado así), que consiste en saborear, degustar, gozar. Siguiendo con el latín, podemos decir "quod sapit, nutrit", es decir, que aquello que se paladea, se degusta y es lo que alimenta.
En ese sentido, escuchamos hoy a San Pablo, que nos exhorta a no quedarnos en una fe tan epidérmica como anodina, tan superficial como fútil. Nos quiere consistentes y bien nutridos: «que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama y cuál la riqueza de la gloria que da en herencia a los santos». Ese espíritu de revelación no conlleva un elitismo ni una marginación de los sencillos, es todo lo contrario.
De hecho, en esta víspera de los Reyes, con sus cabalgatas, se escenifica la profunda religiosidad del pueblo de Dios. Esta es también noche de agitación para los niños, que en poco tiempo correrán hacia el salón de casa, o al balcón para abrir los regalos de los Reyes Magos. Se cierra así este tiempo tan especial para todos ellos, con regalos que son un lejano eco de aquellos espléndidos regalos que unos sabios escrutadores de estrellas dejaron a los pies de un recién nacido en las cuevas de Belén, en la Palestina de hace dos mil años.
A cuenta de lo ambiguas que pueden ser en su vivencia estas fiestas navideñas, tan escoradas a veces hacia el consumo y lo exterior, yo quiero recordar el nombre original de este día: Epifanía.
 ¿Cómo pasar al castellano esta palabra griega tan sugerente como enigmática? Epifanía. Podríamos traducirla como manifestación, aparición, descubrimiento, tal vez. ¿Manifestación de qué? O mejor, ¿aparición de quién? Manifestación de un misterio que estaba oculto desde el comienzo de los tiempos, y que ahora algunos proclaman que ha quedado desvelado. Aparición de aquel que lleva el Nombre sobre todo nombre: Yeshuáh, o Jesús, el Mesías de los judíos y Salvador del mundo. 
También llamado el Emmanuel, el Dios con nosotros. Llegada de los tiempos definitivos, los tiempos mesiánicos, en los que el mismo Dios decreta el fin del exilio, de la larga marcha por el desierto de la historia.
Y, ¿a quiénes se ha manifestado? A unos pastores de Belén y a unos sabios astrónomos orientales, veladores de ovejas al raso de la noche unos, y observadores de los astros los otros. Con anuncio y cantos de los ángeles unos, y a través del paciente escrute de las estrellas los otros. Se muestra a quienes viven despiertos, en suma, incluso a la largo de las noches, para evitar el ataque de las fieras a las ovejas, o para indagar en el mensaje que pueden entrañar las estrellas y todos los demás astros.
Y ¿qué es lo que han visto? Y aquí salta la sorpresa. Confluye la búsqueda de gente iletrada y de ciencia en un pueblecito de Judá. En el pesebre de un establo para los primeros, y en una casa de la ciudad de Belén para los segundos. Mesías, Ungido de Dios para los primeros, Rey de los judíos para los segundos. 
Y todos ellos entregaron, regalaron cuanto portaban: queso, leche y miel los primeros, oro, incienso y mirra los segundos. Cuando se visita a un recién nacido, brota espontáneamente llevarle algo, socorrer a sus padres en ese momento tan delicado como hermoso.
Y, ¿a quién amenaza y sobresalta esta revelación? A la así llamada Ciudad de la Paz, Jerusalén, y a su rey, Herodes. Porque el equilibrio de fuerzas en la historia de la humanidad ha quedado herido para siempre. 
Dios ha tomado parte en la historia, y ha escogido lo pequeño, lo humilde, lo que no cuenta como lugar de su manifestación y de su reinado sobre el mundo.
 El poder, el orgullo, la ostentación y el miedo han quedado arrumbados, ya nunca tendrán la última palabra. Con este niño nace  una era nueva, distinta, en la que la Palabra. Esta es la sabiduría de Dios, que en este mundo parece necedad. ¡Feliz Epifanía del Señor!