Érase un pueblo llamado Luminaria. Sus habitantes vivían como podían, rodeados de llanuras y arroyos sin cauce. Mas, un misterio inquietante perturbaba la tranquilidad: una palabra mágica y desconocida. Nadie lograba comprender su significado, pero todos anhelaban proferirla. Cada noche, los moradores se reunían en la plaza, compartiendo sus sueños y tratando de descifrar el enigma. La motera Sabina, una vieja rockera con espíritu rebelde, recordaba haber oído historias sobre un antiguo libro escondido en la biblioteca. Decidieron buscarlo, con la esperanza de encontrar respuestas. Después de mucho afanar, hallaron el susodicho. Sus páginas estaban llenas de símbolos extraños y dibujos enigmáticos. Entre ellos, destacaba un vocablo: «Yasieso». Nadie sabía cómo se articulaba, pero sentían que era la clave. Los chavales se pusieron a la tarea con resultados vacuos. Los mayores, con su vasta experiencia, también fracasaron. La frustración crecía, pero la esperanza era perenne. Sabían que debían seguir intentándolo. Y llegó, de fin de semana, Luna, con revelación estudiantil. Fue al teleclub y expuso lo suyo: un ser luminoso le susurraba al oído la pronunciación correcta. Y es que, según expuso, se trataba de un latinajo con doble tirabuzón suevo, declinación griega a la izquierda, toque afrancesado en el botón faríngeo y susurro nasal inspirado. De unos que vinieron antaño y dejaron su poso y deje. Al decirlo en voz alta se produjo un despiporre con silencio incorporado. Sonaba bien. De este modo, más pronto que tarde, lo incorporaron a su imaginario colectivo y también al escudo de la villa. Con el tiempo fueron añadiendo más vocabulario hasta hilar un idioma propio, que curiosamente, era el que ya tenían. Crearon academias y extendieron su influencia por toda la comarca. Todos presumían de su peculiar lenguaje y vieron que era tan bueno que podía entenderse como un fenómeno diferencial. Se vinieron arriba porque estaban orgullosos de lo propio, que englobaba costumbres, tradiciones y gastronomía autóctona. Las pequeñas empresas se hicieron grandes y el turismo verbal generó dividendos fabulosos. Nada como hablar bien de lo tuyo poniendo el acento y la tilde donde toca, con empaque y apacible garbo. Sea.