Tiburcio sale de paseo a primera de la tarde. Hay que darse maña porque enseguida se hace de noche en estas fechas. El aire fresco de noviembre le acaricia el rostro. Las hojas caídas del camino crujen bajo sus pies y el cielo comienza a teñirse de tonos anaranjados. Mientras avanza, se encuentra con un caminante que parece perdido en sus pensamientos. «Buenas tardes», saluda. El hombre levanta la vista y sonríe. «Hola», responde. «Me llamo Arquímedes». Tiburcio se sorprende por el nombre. «¿Arquímedes? Como el famoso matemático y filósofo griego». El hombre asiente. «Sí, soy yo. He viajado a través del tiempo para compartir mi sabiduría». Tiburcio parpadea, incrédulo. «¿El verdadero y genuino? ¿Cómo es posible?» Arquímedes sonríe. «La verdad es que el tiempo es solo una ilusión. He venido porque sentí que alguien aquí necesitaba una guía». Los dos hombres continúan transitando juntos, conversando sobre la vida y sus misterios. Sin más, habla de sus descubrimientos y de cómo sus teorías han influido en el mundo. «¿Y tú, Tiburcio? ¿Qué te trae por estos pagos a esta hora?», pregunta. «Solo buscaba un poco de paz y reflexión», responde. «A veces, necesito alejarme del bullicio del pueblo y encontrarme a mí mismo en la naturaleza». Arquímedes ratifica. «Entiendo perfectamente. La naturaleza tiene una forma de mostrarnos lo que realmente importa». Mientras el sol se oculta en el horizonte, los dos hombres llegan a un claro en el soto. El genio se detiene y señala un viejo roble. «Este árbol ha estado aquí por siglos. Ha visto pasar generaciones y ha resistido tormentas y sequías». Nuestro protagonista escucha. «¿Sabes?», continúa Arquímedes, «esto me recuerda al principio de flotación que descubrí hace muchos años. Todo cuerpo sumergido en un fluido experimenta un empuje hacia arriba igual al peso del fluido desalojado». Ahí lo dejan. Con esa reflexión, los dos hombres se despiden y toman rumbos ajenos. Al llegar a casa, se da cuenta de algo curioso: solo tiene plato de ducha. Con todo, decide hacer un pequeño experimento. Toma un trozo de pan y lo sumerge en una copa de vino. Observa cómo el nivel del vino sube ligeramente, ajustándose al volumen del pan. Nunca un tentempié tuvo tanto fundamento y poso.