Había una vez, en la vasta sabana africana, una joven jirafa llamada Tecla. A diferencia de sus camaradas, no estaba contenta con su largo cuello. Mientras las otras se enorgullecían de alcanzar las hojas más altas de los árboles, ella soñaba con tener un gollete corto, como el de las cebras y los antílopes. Por si fuera poco, además, añadía a sus anhelos una meta mayor: irse a vivir a Tierra de Campos y convertirse en perro pastor en un rebaño de ovejas merinas. Un día, aguerrida, tomó la sartén por el mango. Se dirigió al sabio búho y tras escuchar sus deseos, este le dijo: «Puedo ayudarte, pero debes estar segura. Un cambio así puede traer consecuencias inesperadas». Tecla, resuelta, asintió con firmeza y se obró el milagro. Ahora podía correr más rápido y esconderse fácilmente entre los arbustos. Pero pronto se dio cuenta de que no todo era tan perfecto como había fantaseado. Con su nuevo pescuezo ya no podía alcanzar el alimento encaramado en las alturas. Un drama. Las otras jirafas comenzaron a mirarla con curiosidad y a veces con lástima. Sin más, una tarde, mientras exploraba la zona, se encontró con un grupo de leones hambrientos. Su vista ya no daba para vigilar a lo lejos y no los había visto venir. Justo cuando pensaba que todo estaba perdido, sus amigas de especie llegaron al rescate, usando sus largas cervices para golpear a las fieras y ahuyentarlas. Agradecida y conmovida, comprendió la importancia de ser quien realmente era. Decidió regresar al búho y pedirle que deshiciera el encantamiento. Entendió que cada ser tiene sus propias cualidades y que es importante valorarlas. Eso sí, su afán de convertirse en perro pastor en Tierra de Campos seguía en su corazón. Su anhelo llegó a oídos de Tiburcio, que decidió invitarla a su pueblo para ser la reina del Día de San Antón, la gran festividad en honor a los animales. Tecla, emocionada con la misiva, aceptó con alegría y viajó hasta el municipio, donde fue recibida con honores y cariño. Y allí se lo pasó en grande, porque nadie miraba ni por encima ni por debajo del hombro. Simplemente, saboreó el momento y visitó las tenadas del lugar. Conoció a cuatro mastines, charló con varios lugareños y entendió que era el momento de cerrar capítulo. Sea.