No logro convencer en algunos entornos acerca de cómo valorar en qué ha servido un acto cultural. Medir el éxito de una convocatoria en la lógica del tener, en la lógica del almacenamiento, en el sumar unidades, impide pasarse a la lógica del ser, algo necesario para los cambios de mentalidad, lo que incluye el paseo por lo bueno, lo bello, lo verdadero. Sospecho que no lo logro porque otra evaluación para los actos culturales pondría en cuestión nuestro estilo de consumidores, pretendida y publicitada solución al malestar: adquirir objetos, contarles y luego contarlo, objetos que no nos hacen falta, pero que parece que taponan nuestra falta vital. De ahí a constituirse uno mismo en un objeto más y ser contado en una lista, hay un paso. Después vendrá la comodidad de seguir durmiendo. Y así, es exitoso el evento cultural que tiene mucha gente silenciosa sentada, el que convoca a muchos sin importar la hondura del mensaje, ni su apuesta por transformar mentalidades. Sin embargo, espoleado por Ordine, La utilidad de lo inútil, creo haber hallado una definición mejor de lo que propongo. Dicho de otro modo, ver si se puede valorar el trabajo cultural bajo el epígrafe subjetivo de "hemos salido mejores de cuando entramos al acto cultural". Si al salir del cine o de un concierto; si al cerrar un libro, si tras explorar un Museo o una sala de exposiciones algo se ha transformado en nuestro interior, creo que eso daría el índice de su bondad, su belleza y su verdad. Para algunos intelectuales el gran problema de las entidades culturales es medir el éxito por el número de visitantes o por el número de patrocinadores o por el número de inscritos a unos cursos o por el impacto en la prensa y por las subvenciones públicas recibidas. Índices de segundo nivel, dicen. Creo que por eso los más lúcidos tienen dudas cuando el éxito numérico los acompaña. La idea de fondo es conectar a la intelligentsia más creativa del momento, a los que piensan por fuera de la caja, con ese público que persigue la belleza, que prefiere despertar, que ama la sorpresa del acontecimiento imprevisto, que anhela que suceda algo en su interior. O como algún intelectual más vivo ha dejado escrito: «lo que tratamos de hacer es que la gente desee algo que incluso ignora». Lo que no logro convencer en definitiva es que siendo mejor salir mejores, subjetivamente hablando, lo medible de un acto cultural es algo que lo tiene que decidir cada uno en su soledad.