La Historia nos cuenta cómo era costumbre de los emperadores romanos dejar como testigo pétreo de su poder algún monumento que recuerde a la posteridad su labor imperial. En la Edad Moderna, siempre recordaremos al Rey Carlos III al visitar el Museo del Prado o a Isabel II que nos dejó el gran Teatro Real y el Canal. Salvando las inmensas distancias, hemos de reconocer que en Palencia también las distintas corporaciones municipales han dejado muestras de su paso por el Ayuntamiento capitalino con mejor o peor fortuna. Así, cómo olvidarnos de la destrucción de dos de los más populares parques de la ciudad: el Salón de Isabel II y Los Jardinillos de la Estación o el antiestético grupo escultórico que nos intimida cuando nos acercamos a la rotonda de La Lanera. Gran acierto fue el traslado y construcción de la Nueva Balastera si no fuera porque su estreno coincidió con la desaparición del Palencia Club de Fútbol, con lo que aquella gran obra quedó huérfana e inútil. El campo de golf fue un acierto del que se beneficia un importante número de ciudadanos. Su posterior ampliación y el esmerado cuidado que lo mantiene animan a la afición a la práctica del deporte. Desde el inicio del gobierno de la primera alcaldesa de Palencia, se han sucedido los anuncios del emprendimiento de obras que mejoren la ciudad. Al menos sobre el papel. Su primer proyecto fue el soterramiento del ferrocarril que el ministro del ramo, militante del partido de la señora Andrés, pronto deshizo por su elevadísimo coste. Relegado aquel proyecto a mejor ocasión, la tarea de los munícipes se está dedicando ahora a la labor de peatonalizar calles y plazas del centro, como manda la ideología socialista. Como suele ocurrir cuando se emprende alguna modificación urbana, abundan las discrepancias: los comerciantes temen por la pérdida de clientes, mientras que los ancianos apoyan la ausencia de vehículos que amenacen su paseo. El proyecto sale adelante sin que se presenten obstáculos que parezcan amenazarlo. Palencia será peatonal.