Carmen Casado Linarejos

Epifanías

Carmen Casado Linarejos


Olimpia

03/08/2024

En la Grecia clásica era el nombre de un santuario donde se celebraban, cada cuatro años, una serie de juegos deportivos como ritual religioso. El tiempo y sus avatares acabó con aquella costumbre que en el siglo XIX se recuperó con evidente éxito. El pasado viernes, 26 de julio, asistimos, desde casa, a la vistosa inauguración de los juegos olímpicos que, en esta ocasión, tuvo lugar en París. Con la solemnidad que nuestros vecinos franceses ponen en todo lo que emprenden, conscientes de la repercusión mundial que aquellas escenas iban a tener, pusieron todo su empeño en hacer de la ciudad de París la verdadera protagonista, en detrimento de los deportistas que desfilaron por el Sena como vulgares turistas en los bateaux mouches. Es bien sabido que Francia atraviesa profundas crisis económicas y sociales que han provocado trágicos episodios y honda conmoción en la ciudadanía. El derroche de medios que se exhibió en la gala de inauguración supuso un intento-en mi opinión fallido-de encubrir la gravedad de casos que amenazan con destruir la sociedad francesa y sus valores propios. La excesiva duración de la ceremonia, sus frecuentes reincidencias, el abuso de tópicos dirigidos a los potenciales turistas, así como la falta de interés de los números folklóricos tan gastados hicieron de aquel desfile un espectáculo carente de interés. Pero el error más flagrante-siempre en mi opinión-fue la ideologización del acto. La cargante insistencia en la diversidad y la inclusión de los números produjo desafortunados espectáculos como el que ridiculizaba un hecho trágico: la decapitación de la reina María Antonieta por parte de los revolucionarios del siglo XVIII convirtiendo aquel ajusticiamiento en una viñeta de cómic anticuado. Pero lo más criticado fue la ofensiva parodia de La Última Cena en la que doce drag queens representando a los doce Apóstoles y una modelo trans representando a Jesucristo convirtió la gala en una innecesaria exhibición de pésimo gusto. Mientras tanto, seguimos vibrando con las intervenciones de nuestros deportistas olímpicos a la espera de que el número de medallas que obtengan sea suficiente como para hacernos olvidar la actualidad política. Panem et circenses.