Sí, porque hace tres meses le cantábamos el ¡e e eee a! y, como por arte de magia, se hizo grandón, nos lo crucificaron, le exhibimos... le lloramos... y en lo que entonces fueron villancicos, alegría, niños con juguetes, zapatos con regalos, sobremesas con familiares repletas de buen rollo, poco tiempo después, se convirtió en tararús, farolillos, tristeza, procesiones, saetas, súplicas en templos impresionantes... y todo ello, metidos ya en lo que llamamos «entretiempo», en el que los días se alargan... los relojes cambian de hora...y los medios de transporte se saturan... se regresa de lugares donde han sido muchísimos los desplazamientos por permisos en trabajos... se abarrotan las carreteras, que se encargan de cargarse a algún viajero... y, en fin, que somos culos de mal asiento, y no nos conformamos con estancarnos en esa encantadora cuna de paja, y en quedarnos junto a un pesebre hasta que el pequeñajo vaya creciendo. No, eso no, nosotros a crucificarle, a pedir vacaciones, preparar maletas, y dejar en blanco las cuentas bancarias. Un día, al salir de uno de los actos eclesiásticos semanasanteros, me saludé con un matrimonio que ha residido aquí, en el pueblo, y ahora ya no, pero que tienen dos hijos que siguen aquí, y que se han puesto pesadísimos en cuanto a... --¡Que sí, que sí, que tenéis que venir en Semana Santa, y traed ropa de abrigo, y tramitad el viaje de regreso, y como aquí no venden... pues traedlo, y venid con calzado cómodo, y... y...---Me decían, sobre todo ella, que estas situaciones producen un desconcertante agradecimiento porque... ¿quién tendría que ser el agradecido? Yo les dí mi opinión, y les dije que ambos, porque el que llega deja su apoltronadísima rutina, viaja y complace. Y el que recibe, aloja, compra, cocina y ameniza todo lo posible la estancia del invitado. Y por lo tanto el agradecimiento tiene que ser mutuo. Y si tenemos en cuenta que todo gira en torno a aquel chiguito que nació en Belén, no nos le dejan crecer, en dos meses nos le matan, y que tanto el principio como el fin saca a todos sus descendientes de su modus vivendi, tanto para reír como para llorar... pues yo me decanto por el intermedio entre el villancico y la saeta. Les despedí, porque tenía que volver a la hora del Vía-Crucis. Y allí, y de corazón para dentro, recé a mi manera.