Carmen Quintanilla Buey

Otra mirada

Carmen Quintanilla Buey


Días de pena y flores

02/11/2024

Sí, son días muy raros o muy especiales: los primeros fríos... sacar las mantas del baúl... revisar los radiadores, calefactores... se alargan las noches... pero, sobre todo, sobre todo, cobran vida las ausencias sin vuelta de hoja, que nosotros, muy cabezotas, pretendemos revivir con flores, viajes, lágrimas, noches en vela... y porque sí, ya que los imborrables e inevitables recuerdos, gratos o ingratos, forman parte de las ya imposibles presencias.
El día 1 de noviembre, sin lugar a dudas, es para todos muy intenso. Si se reside cerca, o en el mismo lugar en el que descansan en paz nuestros seres queridos... menos mal dentro del muy mal. Pero si hay que trasladarse -porque sí, porque la tradición lo ordena-, unido al dolor del motivo, están sus muchos inconvenientes: viajes, maletas, frío, cambio de comidas, noches en otras camas, reuniones y tertulias tristes, pero intentando el disimulo... y ni siquiera queda el paliativo de las flores, porque en ese día están coronadas con los consabidos letreros de «no te olvidamos». También en los lugares y casas en las que se aloja el desplazado existen contratiempos, aunque por regla general se produce entre familiares o personas muy allegadas, y lo que en otras etapas del año sería un encanto, en torno al día 1 de noviembre se impone el semblante tristón, y hasta se considera un deber hablar de ausencias y lamentarlas. Menos mal que los protagonistas de los motivos descansan en paz y más sordos que una tapia. Los niños no lo entienden. Los papás, tíos o abuelitos del pueblo, ese día están muy serios y muy raros.
Ellos no saben que están en días de flores y llanto. Es que no queda otra alternativa. Otra cosa: los estados de ánimo maltrechos causan tanta depresión que, dentro de su transcurso, sientes dolores físicos que te llenan de intriga: «me duele... y también aquí...». ¡Presentimientos! Ya sabemos que en torno a ese día... no vamos a bailar bachata, eso no, pero tendremos que procurar no llorar, para que no nos lloren. Tomemos ejemplo del niño que pregunta a su mamá por qué llora, y ella le responde: «Porque el abuelito ha subido al Cielo». Y dice el niño: «¡Pues yo también quiero subir!».

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