Fernando Martín Aduriz

Dirección única

Fernando Martín Aduriz


Interruptus sea

22/10/2024

La mejor manera de terminar bien algo es interrumpirlo algún tiempo. Cortar la continuidad de algo en el lugar o en el tiempo, define la RAE. Pero pese a lo que se publicita en sentido contrario he comprobado que abandonar algo un tiempo o en un sitio tiene las mejores recompensas. Me pasa con estas columnas. Las empiezo, pero las dejo inconclusas unos días, y cuando me dan el aviso a toriles de la redacción las desarreglo tanto que en mi lógica mejoran. Con los libros otro tanto: escribir es borrar. Me sucede con mis sesiones como psicoanalista, cuando señalo el fin e interrumpo un relato, observo que pese a la sorpresa (o el enfado), cuando se retoma el asunto días después ha aparecido algo más del bendecir que del maldecir, mejor nombrado. Me sucede con el ritmo en las carreras, como la de esta mañana, que la empecé charlando cual tertuliano con un corredor de 88 años a ritmo de ancianidad runner, y la terminé sobrepasando cadáveres, permítaseme el argot de los corredores. He comprobado que en las relaciones de pareja el personal afirma que cuando se interrumpe por un tiempo se regresa echando en falta, y no echando pestes por lo bajini como es norma conyugal. Los artistas dicen otro tanto. Dejan el cuadro, se van. Y al volver el cuadro les aguarda con mejor luz. Si el «interruptus» es bueno, me pregunto por qué algunos se aferran tanto a su cargo. Por qué algunos no cambian de ciudad si detestan tanto la suya. Por qué no dejan al marido y dan por finalizado el secuestro. No entiendo qué cuesta abandonar la ignorancia y empezar a estudiar, aunque tan sólo sea para morir menos idiotas. Interrumpir una vida de necedad es impagable. Ahora bien, el mayor de los actos interruptus que veo es dejar atrás una vida de infatuación y soberbia vanidosa y abrazar el mundo austero, agarrar una brizna de humildad y admitir los errores, ser considerados con quienes sufren, vivir el encanto de la sobriedad castellana y de lo pequeño, pese a que el enfermo de amor propio no puede salir de su cárcel porque nada en nuestra época lo autoriza. Saludo a los adolescentes que se detienen, derecho que Freud proclamó; saludo a los sabios mayores que decidieron por fin no mirar ni al reloj ni a la cartilla del banco; saludo a los niños que interrumpen el silencio mentiroso adulto. 

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