Julio César Izquierdo

Campos de Tierra

Julio César Izquierdo


Damajuana

15/03/2025

En el interior oscuro y polvoriento de un viejo garrafón de vino barato pueden obrarse maravillas, como es el caso. Y cuentan que, en ese pequeño universo de cristal, vivía una manzana de un rojo brillante que sabía a fresa. Su sabor era tan dulce que cualquier fruta cercana se moría de envidia por pura gravedad. Pero ella estaba a otras cosas. Tantas que, por ejemplo, se desvivía por un geranio de pétalos verdes que crecía en la esquina más soleada de la vasija vinatera. El susodicho, con su gracejo verbigracia, era la planta más hermosa del contorno. Sin duda, un accidente geográfico de la flora (intestinal). Un día, mientras el sol brillaba tenuemente a través del vidrio azulado del botellón ovalado, acaeció lo inesperado (vaya). Tiburcio, protagonista conocido, decidió bajar a la bodega para servirse una copa de vino y dar otro sabor al almuerzo. Con un gesto cuidadoso, levantó la damajuana e hizo tinta su jarra. Al hacerlo, una chispa de vida recorrió los intramuros excavados y todo cambió. Sin más. Era cierto. Al primer lingotazo se tornaron conscientes, dotados de movilidad y realismo mágico. Por vez primera sus miradas se encontraron. En ese momento, las voces de las pocas piedras labradas que allí quedaban se hicieron más claras, como susurros que supuraban un secreto antiguo. «Es el despertar del amor,« pareció escucharse (risas no procedentes acompañan a la escena). La manzana sentía ahora su pulso acelerado y el geranio, con sus corolas temblorosas, extendió una hoja para tocar suavemente la piel roja de la manzana. «¿Seremos capaces de amar en este mundo tan pequeño?», se preguntaron en silencio. Con esas palabras, el guardador de Baco se llenó de una luz cálida y vibrante. Y el perrenque de nuestro sabio fue tan grande que subió para arriba como alma que lleva el diablo. Tanto es así que me ha encargado tirar por la borda del desagüe el líquido de marras y que lo sustituya por un clarete de pagos cercanos. Que al parecer lo suyo no fueron más que conjeturas traídas a colación por un producto avinagrado. Yo, sin más, he procedido. Pero al bajar he sentido que los imposibles no son más que frenos que nosotros mismos nos imponemos. Eso, o los antioxidantes se han aliado con los taninos. Sea.

ARCHIVADO EN: Botellón