En el año 480 a Xto. durante la segunda guerra médica, la coalición de las polis griegas, lideradas por Atenas y Esparta, se enfrentó al poderoso ejército de Jerjes I. Por tierra, Leónidas I dirigía a los espartanos que hicieron frente a los persas en el desfiladero de las Termópilas. Allí 300 espartanos lucharon durante tres días hasta perder la vida. En recuerdo de este hecho se esculpió en roca, en el lugar de la batalla, la siguiente inscripción: «Ve a decirles a los espartanos, extranjero que paseas por aquí, que aquí yacemos obedientes a sus leyes».
Es estremecedor pensar que sin el deber cumplido por estos espartanos, el mundo griego habría desaparecido y, con él, el mundo occidental habría tomado otros derroteros. La obediencia a las leyes y el sentido de pertenencia a la polis de Esparta, Atenas… hizo posible su continuidad y también a occidente. Sin la tradición, sin leyes y normas, nos habríamos volatilizado como polvo en el viento. La amoralidad del pueblo y de sus gobernantes es una falta de respeto a la tradición. Esta traición al pasado es propia de tiranos, que inmediatamente crean sus muertos justificándose con la misma moral que violan y vejan, convirtiendo sus discursos en puras acrobacias verbales.
Vivimos una modernidad sin luces, en la que la locomotora de la historia va hacia atrás atropellando todo lo que le sale al paso. En este potaje comunistoide cada vez es más difícil encontrarnos con aquellos que no buscan la supervivencia física sino sobrevivir moralmente. Cada vez hay menos cristales en los despachos de los políticos y más puertas cerradas donde se roba el destino de los ciudadanos. Y los pocos cristales que van quedando, la codicia y el materialismo los van volviendo opacos.
El tiempo de la historia se ha hecho circular, como el tiempo de los borrachos y de los dictadores, donde la flecha del tiempo olvida su progresión y comienza a dar vueltas y a hacer purgas con los no domesticados. Es el tiempo de la legalidad nacida de la mentira. Ante esta amoralidad es necesaria una reforma moral donde las víctimas de ETA nos digan como los espartanos de Leónidas I: «Aquí yacemos obedientes a vuestras leyes».