Una vez sobrepasadas las elecciones municipales (en ablativo absoluto como Julio César en La Guerra de las Galias o La Guerra civil, que da lo mismo), los enemigos volverán a enfrentarse en breve… en las generales. El 23 de julio. La única diferencia apreciable es que aquí no están ni Vercingétorix ni Pompeyo aunque, a cambio, tenemos a Pedro Sánchez, Alberto Núñez Feijóo, Santiago Abascal y Yolanda Díaz. Si acaso, habría otras dos dignas de mencionar. La primera es que no somos ni arvernos ni romanos sino españoles y españolas, y la segunda es que en vez de espadas usamos unos argumentos en las campañas electorales tan volátiles como el humo de un cigarro en días ventosos y tan indecentes como los del jurado que otorgó el Premio Nobel de la Paz (1973) a Henry Kissinger, padre espiritual de Pinochet en el golpe de estado contra Salvador Allende.
Y se puede seguir. Veamos. En vez de enemigo a batir bastaría con recurrir a vocablos como oponente, adversario o rival, aunque no vamos a tener suerte porque un diccionario de sinónimos es para nuestra clase política lo mismo que una quimera para la mitología clásica. Sigamos viendo. Los pactos. No hay diferencia alguna entre pactar con partidos situados en cualquiera de los extremos, se llamen Unidas Podemos o Vox. Guste o no guste al PSOE y al PP. Y otra más: Bildu y Eta. La banda terrorista desapareció aunque se use en campaña para desgastar al oponente.
¿Ha sido un acierto, como creen ciertos estrategas? Bueno, a corto plazo quizá sí; a largo plazo quizá no. Sería recomendable que quienes lo promovieron echaran un vistazo a El Corrillo (Pinsapo. 2000), de José Antonio Vera, exdirector de La Razón, expresidente de EFE y anticomunista convencido. En sus páginas, en unas cuantas, alude a la que Aznar definió como «movimiento vasco de liberación» y desvela algunas de las entrañas de las negociaciones que mantuvo con ella… «la negociación va bien (…) si sirve para enterrar las armas, bienvenida sea la negociación. Démosle una oportunidad» (Pág. 24). Recordado esto, sería de agradecer que nuestros arvernos y romanos particulares se guardaran en sus bolsillos la hiel que desprenden. A los dueños de la finca, que somos nosotros y no ellos, nos produce asco.