El gobierno de España aprobó esta semana el anteproyecto de la Ley Orgánica Reguladora del Derecho de Rectificación. Bienvenida sea tal decisión… más que nada porque la anterior norma data de 1984 y deja claro que los trabajos de los gobiernos y parlamentos son tan arduos que apenas dejan tiempo para ocuparse de asuntos insustanciales. En 40 años ha habido muchos gobiernos, de derechas y de izquierdas, y ahora que truena se acuerdan de Santa Bárbara bendita. Como siempre. La nueva norma introduce modificaciones interesantes y una de ellas afecta a los denominados «influencers» y a ciertos medios alternativos cuyo rigor es, a menudo, inexistente, con lo cual los ciudadanos que se sientan desprotegidos ante bulos o insidias, por ejemplo, dispondrán de un amparo legal consistente.
Con la regulación del uso de los patinetes eléctricos pasó algo parecido y solo cuando comenzaron a extenderse malas prácticas en aceras y vías urbanas la Administración española adoptó medidas que si bien no acabaron con ellas sí las han reducido a la mínima expresión. Con los fabricantes de bulos y noticias falsas debería ocurrir lo mismo y sería deseable que, poco a poco, quienes los fabrican tengan en el futuro más cuidado so pena de acabar embarrados judicial y socialmente. Quizá no lo tengan en cuenta pero ciertos «influencers» y medios alternativos deberían saber que la credibilidad es un bien inmaterial y que además cabe la posibilidad de que su negocio se resienta o, algo peor, quiebre.
Por lo demás, desde que en 1945 el científico norteamericano Vannevar Bush publicara Cómo podríamos pensar, las cosas han cambiado demasiado y queda la sensación de que lo que anticipó no acaba de ser asimilado. Esos cambios, esbozados por el filósofo Javier Echeverría en La revolución tecnocientífica (Fondo de Cultura Económica. 2003), están marcando el futuro y apuntan ya a un nuevo espacio social donde más que ciudadanos habrá clientes, usuarios y consumidores. Con eso están jugando «influencers» y medios alternativos, justo cuando muy pocos aceptan que quizá esa nueva y gigantesca ágora ya existe -el espacio electrónico o tercer entorno- y es capaz de formar y desarrollar una nueva modalidad de sociedad. Para bien o para mal.