Los días previos a la vuelta al cole son insufribles. El martilleo publicitario de los grandes almacenes y de los sádicos de regional preferente transmitiendo con cierto regodeo la vuelta a la disciplina escolar, sin importarles lo que eso significa en esos niños que temen silenciosamente encontrarse con un sufrimiento incomunicable, y además a destiempo. La idea de que se acaba lo bueno tampoco siempre es verdad, pues para muchos lo bueno es justamente regresar a las aulas. Con todo, un elemento horrendo aparece en las noticias. Se trata de asociar vuelta al cole con dinero. La noticia no es la pedagogía, la noticia no es la poesía inherente al hecho. La noticia es el coste económico para las familias de la vuelta al cole. Pero no debería ser ese asunto económico lo más trascendente. No en sociedades que gastan cantidades ingentes en objetos prescindibles. Parece que todo lo que significa infancia comienza a verse con ojos económicos: no tenemos niños porque cuestan mucho dinero. Y así España, paso a paso, logró situarse en la cola de los países del mundo de menor natalidad. Y una generación entera decidió que era mejor tener mascota que tener niño. Ahora van descubriendo que también son caros, aunque obedecen más. Pero nuestras aulas escolares no se vaciaron del todo merced a la entrada de niños hijos de inmigrantes, con lo que el paisaje escolar se hizo internacional en muchos lugares de nuestro país, mientras otros vieron cerrarse colegios. De esto no parece darse demasiada noticia. Diré más. De lo que no se habla es de ninguna revuelta pedagógica. Ni una novedad pedagógica o tecnoeducativa. Ni un nuevo modo de organización escolar, ni un elemento innovador de verdad, no de anuncio. Nada nuevo bajo el sol. Misma pedagogía, misma didáctica, mismos escenarios (ni un solo colegio construido con los nuevos materiales arquitectónicos, ninguna escuela deslumbrante, los mismos deterioros de nuestros herrumbrosos centros educativos), sólo el trabajo silencioso de quienes han hecho de transmitir saber un ideal en sus vidas, como esas maestras de educación infantil que lo dan todo, o esos profesores de secundaria que aprovecharon el verano para seguir estudiando. Podría pedirse en las noticias año tras año eso: una gran revuelta económica para dotar a la educación del mejor presupuesto, colegios con instalaciones ultramodernas y las mejores pedagogías innovadoras. O lo que sería revolucionario, que los escolares amaran leer, gustaran de saber más, quisieran estudiar por el placer de estudiar, no para tener más dinero, sino para ser mejores.