El otro día sufrí la película Compliance. Esta recomendación cayó como una losa random en la pantalla de mi móvil. Buenas críticas, bajo presupuesto, cine independiente… y «tensa, fascinante y profundamente turbadora», «una tortura para permanecer sentado… te rondará mucho después de haber abandonado la sala». Había que verla, máxime cuando la acción se desarrolla en un restaurante. Y se sufrió. La hostelería en ocasiones se convierte en un reality show donde algunos clientes compiten por el premio al Más Exigente del Año. Y créanme, la competencia es feroz. Podemos contar entre nuestros comensales con «el mago de la mesa», «el ingeniero acústico», «el termómetro humano», «el rey del todo incluido», «el influencer gastronómico» (dobles comillas), «el accionista del local», «el terapeuta al revés», «el amigo de la infancia»… Hasta aquí, todo más o menos normal, cuñados de diferente tipología. El problema sobreviene cuando la casuística agrede de manera frontal a la comodidad personal del que nos atiende o, más allá, que pasa, a su propia intimidad personal. Es aquí cuando el reality se convierte en un juego de rol sin dados y con monstruos reales. Cualquier trabajo de cara al público es duro, ya se sabe, pero más dura es la piel que uno va desarrollando para soportar lindezas varias que se entremeten como una navaja afilada en lo más profundo de nuestro ser sin rasero alguno. Véase el caso de las novatadas, que para unos son jolgorio, desenfreno y socialización extrema y para otros un calvario vital de consecuencias fatales.
De la misma manera que ciertas demandas clientelares, sin intentar agredir a nadie y, en ocasiones, sin mala voluntad pueden exceder sin medida los límites de lo decente envueltas de normalidad y afabilidad en su petición. O sea que te pueden sacar los ojos de la manera más sanguinaria y dolorosa posible con toda la educación semántica del mundo y rematar con una sonrisa y un «gracias, que tengas un buen día». Y ahora, a las rebajas, «que me hace falta una camiseta blanca». ¿Se les viene algo a la cabeza? Así que, si alguna vez ven a un camarero hablando solo, todos tranquilos, está ensayando cómo decir que no sin que se note y dándole la razón al parroquiano. Almas sensibles, no Compliance.