Jesús Martín Santoyo

Ensoñaciones de un palentino

Jesús Martín Santoyo


Los mejicanos

06/04/2025

Fernando había nacido en 1957 en San Luis de Potosí, en el estado mejicano de Guanajuato. Nieto de españoles, su padre fue uno de los niños de la Guerra Civil española que embarcaron hacia el exilio americano al consumarse la derrota de la Segunda República.
Fernando vino al mundo en el seno de una familia de clase media que pudo darle estudios y prepararle para un futuro esperanzador. Estudió en la Universidad Panamericana de su Estado y se doctoró en Gestión Empresarial. Tras un breve período como asalariado, inició una exitosa andadura en diversos negocios que acometió como emprendedor. 
Fernando, que siempre había oído hablar a su padre con pasión nostálgica de una España evocada y añorada, aumentó su curiosidad por la patria de sus ancestros cuando se casó con una mujer de origen español a la que conoció en el «alma mater». Rebeca, con abuelos de origen extremeño, había nacido en Acapulco, donde sus padres dirigían un periódico regional. 
El sentimiento español de Fernando y Rebeca los llevó a leer y empaparse de todo lo que tuviera que ver con sus orígenes europeos. Internet facilitó que pudieran saciar su curiosidad por la tierra de sus antepasados. Fernando supo que su familia provenía de Ampudia, en la Tierra de Campos palentina. Extremadura y Palencia se convirtieron en el objetivo de sus indagaciones preferidas. Se comprometieron a que, tan pronto como alcanzaran la jubilación, emprenderían un gran viaje durante varios meses para visitar Palencia y Cáceres preferentemente, aunque también aprovecharían para conocer con detalle las principales ciudades españolas.
En el mes de abril pasado pudieron cumplir sus sueños. Tuve el privilegio de conocer a la pareja de mejicanos en Palencia. Ambos seguían en mi página de Facebook los perfiles de palentinos imaginarios que publicaba semanalmente en mi muro. Pude concertar una cita con ellos en los salones el Casino palentino y pasar una tarde fabulosa intercambiando noticias y experiencias.
Fernando y Rebeca no entendían el enfrentamiento cultural que habían percibido en sus viajes por las diferentes regiones españolas. 
«Cuando visitamos la casa de España en nuestro Estado de Guanajuato, identificamos como propio de nuestra soñada madre patria todas y cada una de las singularidades del país de nuestros abuelos. Nos emocionamos con la sardana y con los fandangos de Huelva. Aplaudimos la música de fallas valenciana y las Islas Canarias. Disfrutamos con las bilbainadas y con las canciones montañesas de Cantabria. Sentimos la misma nostalgia con la muñeira que con las coplas extremeñas de las Hurdes o las rabeladas de Castilla. Todo este folclore fascinante lo identificamos como español, todo nos parece específico de una añorada patria perdida, la tierra de nuestros padres. En España parece imposible ver a un catalán bailando un chotis o a un riojano ensayar el abrazo y los pasos de la sardana o el fino estilismo de las sevillanas. Creemos que se ha insistido desde las distintas comunidades autónomas en resaltar cada particularismo regional en oposición a otros rasgos distintivos del vecino».
El matrimonio mejicano estaba pasando unos días en Palencia, después de haber visitado las grandes ciudades españolas. Fernando tenía a sus antepasados enterrados en Ampudia y quería conocer en profundidad la Tierra de Campos. «Me producen paz y sosiego sus verdes campos de cereal salpicados por el rojo de la amapola y el amarillo de la genista, sus horizontes infinitos, su arquitectura de ladrillo y adobe». Indiqué a la pareja algunos lugares de visita obligada. Becerril de Campos, con su moderno espacio de San Pedro Cultural. Paredes de Nava, museística y monumental. Les sugerí que ampliaran su visita hasta los pueblos por los que transcurre el Camino de Santiago: Frómista, Villalcázar de Sirga, Carrión de los Condes. Fernando tomaba nota de mis observaciones.
 «También queríamos visitar la Montaña palentina y la comarca de la Ojeda y sus iglesias románicas. No sé si nos dará tiempo a verlo todo. Antes de regresar a Méjico pasaremos unos días recorriendo la provincia de Cáceres para visitar los lugares en los que transcurrió la vida de la familia de mi esposa…»
Fue una tarde entrañable con estos españoles de la diáspora. Me invitaron a cenar y me despedí de ellos tras acompañaros en un breve paseo hasta su hotel. Tras su estancia en España, pensaban viajar a California para visitar a su única hija y a sus nietos. «Quiero hablarles de España. Que no olviden sus raíces». ¡Qué bien estaría ese entusiasmo y esa fascinación por lo español... en los españoles!