Todas las religiones han fijado en fórmulas las conversaciones de los humanos con los dioses. El libro sagrado de Los Vedas, base del hinduismo posterior, recogía estas plegarias en hermosos textos en sánscrito. La precisión en el recitado, fundamental, llevaba a los sacerdotes a estudiar con aplicación la lengua sánscrita para que una fonética errónea no desvirtuara el poder mágico de la oración.
Los fieles musulmanes repiten machaconamente versículos de los suras del Corán para interpelar a Alá. Los judíos recitan en las sinagogas ancestrales fórmulas en hebreo dirigidas a Yahvé. De la religión católica, más cercana a mi formación cultural y espiritual, hay que destacar el «Padrenuestro» y el «Avemaría» con que los creyentes se dirigen a Dios Padre y a la Virgen.
Todas las oraciones tienen una parte mecánica y repetitiva. Analicemos el Rosario en honor a la madre de Cristo. Dividido en cinco Misterios que recogen episodios de la vida de Jesucristo o de la Virgen, supone la repetición de diez «Avemarías» en cada Misterio, precedidas de un «Padrenuestro» y concluidas con un «Gloria». Se termina con la «Letanía» en la que se enumeran las múltiples advocaciones referidas a la Virgen María, seguidas del ritual «ruega por nosotros». Recuerdo haber memorizado en mi infancia y juventud la «Letanía» en latín y contestar a cada invocación mariana con un «Ora pro nobis». La conversación con Dios, a parte de las oraciones comunes, admite cualquier variable de comunicación original y adaptada a cada persona y circunstancia. Los viernes disfruto del privilegio de compartir unas horas de ocio con José María, antiguo compañero y amigo de mis lejanos años en la Universidad de Valladolid, y su esposa. A Gloria la conozco desde hace unos meses. Es una mujer culta, educada, bondadosa. Y creyente. Y coherente practicante de los ritos litúrgicos de la Iglesia Católica.
Tanto su marido como yo, desde posiciones cercanas al ateísmo o al agnosticismo (aunque siempre respetuosas con el credo de lo demás) solemos debatir con Gloria sobre religión, creencias y coherencias. La mujer nos suele reprochar nuestra confesada costumbre de practicar la oración.
«¿A quién rezáis?, ¿por qué rezáis. No entiendo que podáis practicar la oración desde postulados agnósticos». Es difícil refutar sus objeciones desde un planteamiento lógico. Si no se cree, ¿por qué se practica la oración?
Lejos de mi intención identificarme con el arquetipo burlón del señorito andaluz que Machado describió en Las Coplas a la muerte de Don Guido. «De mozo muy jaranero, de viejo gran rezador».
Rezar puede explicase por una costumbre adquirida, por tradición cultural, por educación familiar, «por si acaso» …, pero todos esos argumentos adolecen de profundidad lógica e intelectual.
En lo que a mí respecta, confieso que suelo rezar desde siempre. A algo o a alguien que me trasciende, al que imploro que actúe y condicione mi vida. Si lo que pido se cumple, no lo achaco a Dios. Si no se logra, tampoco culpo a la divinidad. Suelo rezar por la gente cercana a mi vida. Rezo para que mi madre siga más años entre nosotros y poder seguir disfrutando de sus cuidados, de su generosidad, de sus consejos. Rezo para que les vaya bien a mis hijas, por la salud de su madre, por el bienestar de mis hermanos y amigos. Deseo que les vaya bien en la vida a las gentes que conozco. Me tranquiliza querer el bien de los demás.
Gloria, cuando oye mis declaraciones y argumentos, no sale de su asombro. A veces para defenderme de la falta de lógica de mi conducta, ataco a mi amiga en los puntos débiles de sus creencias religiosas, en los que la lógica brilla por su ausencia. Gloria, como creyente convencida, siempre usa el mismo comodín de respuesta a todas mis objeciones. Su fe. Su inquebrantable esperanza y confianza en el Dios al que venera. A mí esa firmeza de los creyentes me recuerda al optimismo patológico de Pangloss en el fascinante viaje que Voltaire describe en Cándido. Para el personaje del filósofo francés, cualquier catástrofe que ocurriera en el mundo siempre se justificaría para hacer mejor la existencia de las personas. Al igual que Pangloss, los católicos están resignados (Gloria diría «confiados») a creer que todo lo que ocurre tiene una explicación, inescrutable para los humanos, pero incluida en el proyecto emanado de la divinidad.
Envidio a los creyentes como Gloria. Cuando no se tiene la suerte de estar bendecidos por la fe, si te preguntan por qué rezas, no te queda más remedio que responder con tópicos. «En última instancia, querida Gloria, rezo para dormir mejor».