Julio César Izquierdo

Campos de Tierra

Julio César Izquierdo


Grafiosis

28/09/2024

Hoy te escribo con el corazón pesado y la pluma temblorosa, pues traigo noticias que jamás pensé tener que compartir contigo. El otoño, nuestra estación predilecta, aquella que nos regalaba susurros de viento y hojas doradas, está desapareciendo para siempre. Sí, se extingue, y con él, mis versos se perderán en un mar dulce que ya no dibuja la silueta de Castilla. Recuerdo cómo solíamos pasear juntos por los campos de tierra, envueltos en su melancolía.  Los vates, aquellos que alguna vez encontraron aquí su musa, están desolados. Sin el paréntesis de la nostalgia, nuestras asonantes se desvanecen como el humo en el viento. He intentado capturar la esencia de este cambio en mis escritos, pero las palabras se me escapan. El Duero, que solía ser un río de vida y lírica, ahora es un cauce adusto y taciturno. Ya no refleja los cielos eternos ni las sombras de los álamos. Lo confirmo, el paisaje se ha vuelto un crepúsculo de lo que fue, y mis letras, que alguna vez fluyeron como el agua, ahora se pierden en el vacío. He hablado con otros poetas, buscando consuelo y respuestas. Gerardo Diego, con su espíritu innovador, y Bécquer, con su añoranza sempiterna, comparten mi dolor. Todos sentimos que algo precioso se nos escapa entre los dedos, algo que no podemos detener. La literatura, sin trimestre final, se convierte en un eco lejano, una melodía que ya no podemos susurrar. Y sé que estas palabras te llenarán de angustia, pero también quiero decirte que, mientras haya memoria, el otoño vivirá en nuestros destinos. Aunque nuestro torrente ya no esboce la efigie de las mesetas y mis versos se pierdan en su rambla yerma, siempre quedará el recuerdo de aquellos días refulgentes que compartimos. Que sepas que te siento en mi desazón, como entretiempo de mis estrofas. Tal vez el mundo mude y las frecuencias se extingan, pero nuestro clamor y nuestra ronda perdurarán más allá del tiempo y del olvido. Y, al final, cuando todo parezca perdido, recuerda el viejo olmo seco, hendido por el rayo y en su mitad podrido, que aún guarda una esperanza de brotar. Así también, nuestros futuros esperan. Una carta imaginada de la que hoy me daba cuenta Tiburcio, encontrada, dice, en su vieja estantería, de Antonio para Leonor. Va.

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