Jesús Mateo Pinilla

Para bien y para mal

Jesús Mateo Pinilla


Pasar página

25/06/2024

Acudí a la presentación de una obra sobre botánica autóctona. En el salón del Monasterio de Prado, en la que después fuera capilla de casa de cuidados, con los miedos aún prendidos a las paredes de la época en que el edificio fuera nosocomio, ella ocupaba el sillón principal. Presidiría el acto quien con enorme humildad hojeaba el texto. Bajo aquella cúpula vidriada de espejos y mientras comenzaban, mi memoria desgranó el pasado de aquellos muros cargados de historia. Con la desamortización comienza su andadura civil. Los liberales habían defendido su ocupación por motivos sociales. En 1852 pasa a ser prisión y desde 1898 a 1975 manicomio. Sustituía aquella casa de orates clavada en los terrenos bajos de la Catedral que decían que producían sangre en la Esgueva y solo era tanino de una casa de curtidos. Casas en las que había majaretas o cuerdos encerrados por razones familiares. Nos hablarían plantas a las que estaba poco atento. Mi atención se centraba en la forma de pasar páginas del personaje central, porque no era la del redactor devorador, recién duchado, descansado y oliendo a mentol, sino un encanto sensible de respeto por la obra, un cuidado sorprendente que, manifestaba al caer la tarde el anticipo de otra jornada dura de trabajo. El libro no era sujeto de señales, hojas dobladas, ni subrayadas. En sus manos era admiración, encanto, comprensión, suavidad y cariño, el preludio de una buena madre, de una vida que plegada se escondía en cada renglón escrito y se desplegaba en los rellanos de las ilustraciones. Yo sabia quien era. Mi padre compañero del suyo Federico, en filosofía, compartían pequeños estudios arqueológicos mientras Don Jesús, el médico, dibujaba caballos o perros de memoria para luego entregárselos a Eloísa, que le comentaba: ¡Qué facilidad tiene Jesús para expresar la alegría que posee el potro que ha acaba de mantenerse en pie! Hoy nos hemos vuelto a ver en la Academia de Medicina, donde hablaron de Sorolla. Pero mi recuerdo estuvo en las páginas de la vida que Eloísa hija, recorrió con rubor. Desde entonces nunca vi los reflejos en el papel timbrado por el cielo y aire que desde el claustro se filtraban. Gracias Eloísa.

ARCHIVADO EN: Arqueología, Medicina