Fernando Martín Aduriz

Dirección única

Fernando Martín Aduriz


Arden las pérdidas

21/05/2024

Antonio Gamoneda tituló así un libro de poemas. Lo perdido y olvidado resuena. Por eso Borges sentenció que si hay algo que no hay, eso que no hay tiene un nombre: olvido. 
En el objeto perdido andamos enredados. En los objetos perdidos, inmateriales se entiende, andamos cada mañana al reencuentro de lo que no aparecerá, entretenimiento que nos mantiene en las vías del deseo y nos impide descarrilar en la inapetencia, seguros como estamos de que tarde o temprano aparece su huella al menos, cada vez que amanece no es poco, pues se da la ventura de empezar la pesquisa.
 Los grandes almacenes tratarán de despistarnos con la proclama de que allí adentro nos aguarda ese objeto que un día perdimos y que nos dará de seguro la felicidad. Pero hete aquí que no nos faltan tantos objetos similares y evocadores, pues en realidad todo objeto se presenta incompleto, con avería, sin lograr transmitirnos la misma onda que ese que arde ya perdido de antemano. No nos faltan objetos, nos sobran. Porque todo objeto tiene falta.
Gamoneda escribe: «Puse mis manos en un rostro y las retiré por el amor./Ahora./el olvido acaricia mis manos». Y en otro poema finaliza evocando la auténtica Patria en el decir de Rilke: «Son los desvanes de la infancia. Estoy/ atravesando olvido».
La idea fecunda borgiana de que no es posible el olvido, es de la misma guisa que la lúcida advertencia freudiana, lo reprimido retorna en el síntoma. Si se fuerza el olvido, habla en el cuerpo.
Se sabe que el alivio viene tras el recuerdo luminoso. El temor lógico a revivir el episodio traumático empuja a usar de todo ardid, recuerdo encubridor incluido, desconociendo así que esa carga pesada de olvido se ve un día reemplazada por el equipaje ligero con el que se sigue la senda. 
Pero Gamoneda una vez más nos ilumina, pese a todo, arden las pérdidas. «Tengo frío bajo un arco que separa la existencia y la luz,/ que separa cuanto he olvidado/ y la última luz».