Se acerca la Navidad, y con ella enredada entre las luces y los abetos, anida la nostalgia de aquellas navidades perdidas en el tiempo, en las que el Niño Dios era el protagonista y los Reyes Magos la ilusión de los niños que, entre villancicos, esperaban su mágica llegada. Hoy día, ha perdido su encanto puesto que la vida es una especie de bullicio en el que se convierte en fiesta casi todo, y a los más pequeños se les bombardea de regalos y no saben ni jugar. Conservo una caja de cartón grande decorada con motivos navideños que guardo desde la adolescencia. En ella he ido guardando cada navidad pequeños recuerdos, fotos, cintas, y cuartillas en las que cada año he escrito un pequeño resumen de lo que había acontecido en la familia durante esos meses. La caja está poblada de melancolías, esa especie de tristezas por la felicidad perdida, por el recuerdo de la infancia y juventud, por los seres queridos que se fueron y dejaron un espacio frío difícil de abrigar. Pero me gusta revolverla y sentir a mi padre en el piano tocando noche de paz, y a mi madre dando golpes al turrón de guirlache y a mi abuelo cortando en trozos un pastel gloria. Esta Navidad será de las tristes, que de todas hay en mi caja. Dos cosas he encontrado que me han emocionado especialmente: El año en que se promulgó la Constitución, la cual fui a votar con mi hija recién nacida. Ese año la Navidad fue una fiesta y brindamos por su salud y por la nueva etapa que emprendimos en España. Y la segunda: Junto a los recuerdos de todas las navidades, un año fatídico guardé la noticia en los periódicos de Miguel Ángel Blanco, su rostro angelical, como de espanto, para no olvidarlo jamás. Lo que sufrimos los españoles durante años para nada. El terrorismo empañó durante demasiado tiempo la democracia que íbamos aprendiendo. Inútil el dolor. En estos días, nuestra Constitución maltrecha, el mundo envuelto en guerras, y los conflictos políticos allí donde pongas la mirada. Pero en la caja sigue el olor navideño a brasas de carbón y a cisco, al asado, a las luces del belén encendidas; el sonido del piano y de las risas infantiles, el tacto de los polvorones apretados, y el sabor a mazapán. Al Niño Dios en su cuna como una nueva esperanza. Bendita y feliz Navidad a todos aquellos de buen corazón les deseo.