El mundo hierve, mientras sus moradores se mueven en la necedad del atropello mundano, lo que requiere hacer un alto en el camino, para poder repensar las diversas situaciones que padecemos. Encerrados en nuestros propios intereses mundanos, resulta ciertamente inhumano y deshumanizante la situación, tanto colectiva como individual; cuando en realidad lo armónico es lo único que nos embellece, al hacer de la propia existencia de cada uno, una asistencia para los demás. En efecto, hoy más que nunca, necesitamos silenciar las armas y que los trabajadores humanitarios puedan llegar a las personas necesitadas, para llevarles un poco de alimento y un mucho de aliento vital. Estimo importante actuar con urgencia, ya que el ahogo entre las gentes es tan cruel, que los donantes deben aumentar urgentemente su capacidad de auxilio. Por eso, cuando alguien te injerta en vena su amistad, siempre te quedas en deuda con él. Salgamos, en consecuencia, de la neurótica torpeza de no entregarse a nadie. Aunque amar duela, el amor es el que hace que seamos alguien y algo.
Indudablemente, no existe una grafía más patente de debilidad que desconfiar instintivamente de todo y de todos. Es cierto que prevalecen las falsedades, debido en parte a la superficialidad con la que nos desplazamos, pero hay que utilizar todas las rutas posibles para el reencuentro interno y la conciliación real. En efecto, cada día son más las personas que requieren protección y servicios básicos; a lo que hay que sumarle entornos que activen un alto el fuego y confieran paz, para mitigar los golpes entre análogos.
Por si fuera poco, a estas señales de alarma, hemos de sumarle también la nueva normalidad de los abrasadores golpes de calor, que suelen sufrir las personas vulnerables. Bajo este horizonte atroz, sólo nos queda sumar fuerzas, hacer familia en definitiva, lo que conlleva en un tiempo de individualismo como el actual, descubrir el valor del amor y la valentía del cambio.