Jesús Mateo Pinilla

Para bien y para mal

Jesús Mateo Pinilla


La parada del trole

08/10/2024

Tener la suerte de vivir frente a un banco, solo se supera por estar en un mirador, escribiendo en una mesa camilla, con las cuartillas desparramadas como si fueran pasquines de propaganda tras una manifestación y tener en frente una parada de autobús con asientos junto la marquesina, que sirve de parada y fonda para los numerosos personajes enigmáticos que aparecen como los seres de Helene Hanff en su novela Principio del formulario del 84 Charing Cross Road.
La habitación que tenía yo en la Valencia de los setenta era así, con un mirador frente a la parada de trolebús, cruzando la calle. Y poblándola todo un catálogo de personajes. La joven María de los Desamparados, guapísima; por entonces novia de Paco Bellver, el guionista de radio, que la venía a buscar en una Lambretta y que escribía los textos para contarlos con baja voz severa de locutor, en Radio Nacional. 
Otra de las que frecuentaba la parada era Amparito Rico, de nombre como Amparito la de la Cumbia, en valenciano, pero era de Palencia.  Sus padres tuvieron una tienda de muebles junto a la Farmacia de Don Agricio Herrero, poco antes de la parada del coche de punto de caballos y el quiosco de la Chichana. Amparito era locuaz y tierna cuando hablaba de su Palencia.
Por la calle comenzaban a pasar los troles a las cinco, todos con la misma dirección: la Plaza del Caudillo; nuestro centro de avituallamiento para noches de estudio, con sus dos locales de aprovisionamiento: Balanzá a última hora de la tarde y Barrachina hasta la madrugada. Allí había bocatas de todo tipo: blancs, blancs y negres, butifarres, llonganizas sabrosas tortillas con espárragos verdes, ajetes y guisantes, alverjas… Despachados en aquel patio central con gastado suelo de mármol. Barrachina tenía merecido el título de la Casa de los Bocadillos, tan ganado como la casa de los caramelos de la Plaza de la Reina.
Muchos de los personajes de la paradeta del trole eran repetibles. Otros tan singulares que te hacían fijar los ojos en su comportamiento, apartando lo que estabas escribiendo. 
Desde aquel ajimez vi cómo se llevaba la brigada de lo político social al último progre que ya no creía en el progresismo.