Mikel Garciandía

Carta del obispo

Mikel Garciandía

La Carta del obispo de Palencia


¡Qué bueno es que estemos aquí!

16/03/2025

Queridos lectores, paz y bien. Este domingo, el Evangelio que se proclama en las comunidades cristianas, vuelve a ser una invitación para salir de nuestra cotidianeidad, da lo mismo si esta resulta anodina o apasionante, triste o esperanzada, dura o leve. Porque Jesús no se resigna a que vivamos una vida sin más, y desea conducirnos a ese punto a partir del cual, ya todo será diferente para siempre.
Los maestros de espiritualidad suelen hablar de experiencias fundantes, o experiencias fuente, originarias de una historia nueva. En el modo estético de ver las cosas, podemos apreciar personas satisfechas o insatisfechas; el modo moral, permite distinguir entre buenas y malas. Y me da la impresión de que, en demasiados casos, tras dos mil años de cristianismo, todavía no acabamos de superar esos dos estadios, tan humanos como insuficientes. El mero instinto religioso apenas sirve para vivir con unas certezas y seguridades que instalan en la vida y tratan de ofrecer cierta seguridad y criterio.
El filósofo Kierkegaard habla de un tercer estadio del ser humano, que, por cierto, no es el que nuestros estudiantes aprenden en la asignatura de filosofía o historia. Auguste Comte tiene un impacto infinitamente mayor, pues habla así de los tres estadios de la evolución del ser humano: el estadio religioso, el filosófico y el científico. Y nuestros jóvenes asumen que la ciencia es la plenitud del conocimiento humano, mientras que la religión sería el estadio primario, que ha de ser superado en aras de un conocimiento racional y verdaderamente crítico. Luego la religión no va más allá de la mera superstición, de la mera irracionalidad.
Considero que el filósofo danés afina más que el francés. Kierkegaard habla del estadio estético, el moral y el religioso. El hombre estético se preocupa de sí mismo, le obsesiona vivir bajo estímulos agradables, mientras que el moral supone un salto cualitativo, pues se hace cargo del otro. En una clave religiosa y espiritual, podríamos hablar de personas que simplemente tienen el don de la fe, que lo trasciende todo. Por eso, considero un error mezclar o confundir esos tres estadios. Y muchas veces lo hacemos. 
Solemos pensar que ser cristianos es ser buenas personas, y que para ser buenas personas no hace falta ser creyentes, porque hay muchas personas que, sin serlo, son excelentes. Y así es. Incluso si lo decimos al revés, escuchamos que hay personas religiosas que no se comportan bien, y esa es una constatación tan dolorosa para mí, como real: somos pecadores. Entonces, ¿de qué se trata, según Kierkegaard cuando hablamos de personas religiosas? Según él, se trata de mujeres y hombres a las que les ha sucedido algo, han vivido un acontecimiento que les ha cambiado para siempre. La fe ya no consiste para ellos en algo, sino en Alguien, que les ha manifestado su belleza, su amor, su alegría en un grado desbordante, abrumador.
Estoy convencido de que los que nos decimos cristianos somos unos impostores cuando tratamos de ofrecer algo que ni tenemos ni conocemos. Por eso, Jesús, como lo hizo con Pedro, Juan y Santiago, nos invita este domingo a que subamos con él a la montaña, pues tiene algo muy especial para mostrarnos. Los cristianos no somos ni hemos de pretender ser superiores, simplemente somos agraciados con un don que nos cambia para siempre: Jesús nos ha elegido y nos ha hecho compañeros de camino. Y ello, no para crear una élite, una secta, sino para iniciar un incendio en la historia de la humanidad. Ese incendio es el Amor del Padre derramado por el Espíritu a cada ser humano.
Las personas religiosas, en el sentido del filósofo danés, somos personas experimentadas en el amor de Dios. Sabemos que somos hijos del Único y por ello, hermanos de todos. Jesús nos mostró un día su rostro, y ya sólo podemos caminar heridos de amor, proclamando su Belleza a todo el mundo. Jesús se transfiguró en el monte Tabor, pues poco antes les había anunciado su pasión, muerte y resurrección, y quería que lo acompañaran hasta Jerusalén. 
Nuestra vida también ha de sortear todo dolor y miedo. Y ello sólo es posible si por un momento, por un breve instante, Jesús nos muestra su divina humanidad, su misión del Padre, y cuanto desea regalarnos en este mundo y en el venidero. Por lo tanto, sus discípulos hemos de ser poetas de su belleza, y profetas de su amor. Con Pedro, decimos: ¡qué bueno es que estemos aquí!