Mikel Garciandía

Carta del obispo

Mikel Garciandía

La Carta del obispo de Palencia


Acoger y cuidar la vida, don de Dios

23/03/2025

El próximo martes día 25, la Iglesia celebra la anunciación del Señor. Conmemoramos ese instante en el que Dios, a través de su mensajero, pidió a una muchacha nazarena que aceptara ser la Madre de su Hijo Unigénito. Y María, la mujer, acogió ese encargo inaudito por el que ese Hijo Unigénito se convertiría en el Primogénito de todos los hombres y mujeres del mundo. Yeshuáh, Jesús podía ser así el Salvador de toda la humanidad.

Y tanto María como su prometido, José, se convirtieron en custodios y promotores de esa Vida hecha ahora carne, humanación maravillosa del Dios trascendente, hecho inmanente, cercano, entrañable. Este misterio central de la encarnación de Dios, ese paso desde la familia trinitaria hacia la familia de Nazaret hace que ese día celebremos la Jornada por la Vida. El lema de este año es Acoger y cuidar la vida, don de Dios. 

Un famoso cocinero dijo en un programa de televisión que vivimos en una sociedad enferma, en la que tratamos a las personas como animales, y a los animales como personas. Sin pretender juzgar a nadie, hemos de constatar con dolor que la caída de los nacimientos es un indicativo agudo de una sociedad en la que el individualismo sofoca la misma perduración de nuestra sociedad occidental moderna. Como mucho, la reacción es preocuparnos sobre quién pagará nuestras pensiones, quién llenará las aulas de nuestros colegios, o quién asumirá los trabajos que los autóctonos españoles no queremos hacer.

SIN VOCACIÓN. Acoger y cuidar la vida, don de Dios es un hermoso lema con muchísimas variantes y aplicaciones. En este Año Jubilar de la Esperanza, hablar de la vida como don de Dios supone remar muy a contracorriente de la visión horizontal y secularista que concibe la vida como pura autodeterminación sin raíces ni fundamento trascendente. Vivir es un factum, un mero hecho o mero dato que el individuo ha de manejar a su antojo, sin buscar tres pies al gato. Vivimos la cultura del ser humano sin vocación, es decir, el mundo en el que el hecho de existir nada tiene que ver con una Voluntad amorosa que propició el crearnos, el hecho de que estemos aquí.

Los padres que caminan hacia la edad de la jubilación y con convicciones cristianas acusan la ruptura en la transmisión de la fe con respecto de sus hijos que se adentran en el mundo laboral, en nuestra sociedad, compleja y plural, acelerada y programada por un sistema sin alma. Siempre se produce una ruptura generacional, un cambio de cultura y valores, esas madres y hasta padres creyentes, preguntan lo mismo: ¿qué hemos hecho mal?

A mí, como pastor de la comunidad cristiana católica, me toca abordar esa mala conciencia, y dar alguna clave que va más allá del moralismo. Recojo las palabras del sacerdote Fabio Rosini. Hay un momento en que tú, padre (o madre), descubres que no puedes hacer nada por tu hijo, porque ya no te escucha, ya no te aguanta, te acusa de cosas que ni siquiera entiendes, te trata como un inútil, te esquiva.

Peor, llega un día en que un padre y una madre descubren que podrían hacer algo, pero no deben, porque el hijo ha de crecer, ser autónomo: y hay que respetar su libertad, pues de lo contrario, se convertirá en un pelele. Cuánta gente rechaza ese día y no pasa a la fase siguiente: aceptar que ya no debe hacer más por su hijo. Ese día sólo puedes orar, en ese momento puedes y debes ponerte a rezar, a ayunar, a dar limosna por tu hijo, sin decírselo. Puro amor, pura gratuidad donde se es padre (madre) hasta el fondo. Y eso implica establecer una relación saludable, objetiva, con nuestra impotencia. Tenemos límites; y exigen la apertura a la oración. Pero para eso necesitamos tener el sentido de Dios, de Su potencia, inclinarnos ante algo que sólo Él puede hacer.

Muchas veces queremos convertir el corazón de las personas, pero eso no está a nuestro alcance. Solamente podemos ofrecer a Dios nuestro corazón. Y ay de nosotros si no lo hacemos. Acoger y cuidar la vida se oponen a forzar e imponer. Requieren aceptar y orar. Si la vida de cada uno de nosotros es don de Dios, nos hará bien reconocer la paciencia con la que Dios me trata y espera ese momento de gracia para ganar mi corazón. Hermosa vocación la de cuidar y custodiar la vida, toda vida desde el Amor de Dios.