Julio César Izquierdo

Campos de Tierra

Julio César Izquierdo


Artemisa

20/07/2024

En los confines del tiempo, donde los suspiros del viento se enredaban en los cables de lo cósmico y las hojas guardaban memes ancestrales, existía un pueblo olvidado por todo quisqui. Artemisa, la diosa de la caza y la luna, estaba harta de su eternidad. Las constelaciones, otrora compinches de jarana, eran ahora, sin más, emojis en su chat grupal celestial. Un día, mientras navegaba por TikTok, escuchó risas provenientes de una aldea vaccea. Intrigada, se acercó y encontró a cuarenta almas viviendo en armonía agendada. No eran influencers ni youtubers, pero su sencillez y buen rollo la cautivaron. Se presentó ante ellos como una simple mortal con un contorno de Instagram sencillo. Sin más, aprendió a sembrar calabacines, a cocinar recetas veganas y a reírse de sus propios chistes malos. Andrés, el joven de ojos profundos y playlist indie, la miraba con admiración. Juntos construyeron una cabaña en la floresta, donde la cobertura llegaba con dos rayitas bien planchadas. Artemisa olvidó su divinidad y se hizo fan de los filtros de gatitos. Se enamoró de Andrés, cuyos labios brindaban saludos con molde de pan candeal. Por las noches, en la penumbra de su lecho con sábanas de algodón orgánico, ella le confesaba sus sueños: que las estrellas la llamaban para hacer colaboraciones y que Saturno suspiraba por su nombre de usuario. Ya. Pero la inmortalidad no se olvida fácilmente. Artemisa soñaba con el acecho de likes, con el arco tenso para disparar trending topics. A veces, miraba al éter y suspiraba, sintiendo la urgencia de un nuevo challenge. Y un día, Andrés encontró una antigua estatua entre las jaras. La figura tallada era idéntica a Artemisa, pero con un toque vintage. Cuando él la mostró, ella no pudo negar la verdad. «¿Por qué no me lo dijiste?», preguntó Andrés. «Porque quería ser humana, codiciaba sentir el aire en mi piel y los reels en mi corazón», contestó la zagala. Él la abrazó. «Eres mi reina, salada. Pero también eres mi perfil de Facebook». Y es que ella sabía que no podía escapar de su biósfera divina, aunque había encontrado algo más valioso: la autenticidad en un mundo tamizado de bits artificiales. Esto es lo que le han contado hoy a Tiburcio a la hora del café y le ha dado un vahído.