Mikel Garciandía

Carta del obispo

Mikel Garciandía

La Carta del obispo de Palencia


Conectados con Dios y los demás

08/09/2024

Me alegra poder retomar estas reflexiones en voz alta, que espero sigan siendo una invitación al diálogo, a vivir la vida con una pizca de hondura y contraste. Este pasado lunes he tenido el privilegio de celebrar la fiesta de San Antolín con tantos de vosotros. Deseo ahora extender algo de lo que apunté en la homilía de ese día. Y lo quiero hacer para volver a recordar el año que la Iglesia vive: un año dedicado a la oración para preparar el Año Jubilar del 2025. 
El Papa Francisco está insistiendo mucho en la necesidad de orar, es decir, de superar las desconexiones que provoca el individualismo y la vida entendida como consumo obsesivo de productos para alcanzar el bienestar, para acallar los dolores, para superar la angustia. En la Iglesia, los mártires como San Antolín, son un recordatorio incómodo y profético de quienes no se han dejado arrastrar por el miedo y la presión del poder. Son una inspiración nítida de que el Evangelio de Jesús no es una utopía. Hasta sus palabras más afiladas, han inspirado a Águeda, Lucía, Cecilia, Bárbara y tantos a ser fieles hasta el final. 
No se asustaron ni rebajaron la literalidad del anuncio y de la invitación del Señor: «El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna». Jesús habla de aborrecerse en este mundo, es decir, de vencer las tentaciones de convertirse en el centro que exige que todo gire en torno a él. Y hemos de reconocer que esto contrasta de modo muy vivo con nuestro momento social y cultural, que nos empuja a vivir obsesivamente centrados en nosotros mismos, lo nuestro, los nuestros. Jesús no dice que debemos despreciarnos, sino que debemos atajar la obsesión de reducir la vida al individualismo que sólo persigue control y seguridad. 
Vivir en cristiano requiere por tanto descender a lo profundo de cada uno de nosotros, donde habita agazapado y como en una mazmorra nuestro verdadero ser, que es el de hijos e hijas del Padre de la Vida, hermanos de todos. Ese nuestro verdadero yo, grita que quiere ser libre, que quiere respirar a fondo, encontrar el sentido y la meta, colmar su ansia de plenitud. Esa demanda latente, si no es atendida, explota como sea, y lo hace con violencia a través de las pasiones del cuerpo, del alma y del espíritu, las cuales buscan inútilmente colmar el abismo en cuyo borde está nuestra existencia. Nuestro ego entretejido de incertidumbre, oscila entre el desprecio y la absolutización de sí mismo. Y vive en zozobra continua entre la ilusión y el desánimo.
Jesús nos habla en este tono para que no nos extraviemos y acertemos con el camino. Sabe que el orgullo y el narcisismo secan la vida, mientras que el amor y el servicio la regeneran y la recomienzan una y otra vez. Para los que decimos ser seguidores suyos, este es el gran reto hoy en día, y a veces lo entienden mejor que nosotros los que nos observan desde "fuera". Un pensador italiano no creyente, Vittorino Andreoli, lo expresa muy bien: «creer en Dios significa disminuir enormemente el narcisismo y el egocentrismo, aquella necesidad de ponerse en el centro de la atención y reconducir a uno mismo y sólo a uno mismo todo el significado de la vida y del mundo. Si creo en un Dios, creo necesariamente que mi yo depende de Él y, por tanto, que no podré imponerme o emplear mi tiempo en un homenaje a mí mismo. Si creen no pueden ser narcisos, porque gozan más no mostrándose a sí mismos, sino a aquel Dios que quisieran compartir».
Esa conexión con Dios debiera transformar radicalmente nuestro modo de situarnos ante los demás. Y si no lo hace, es que esa vinculación no existe, o que la tenemos prácticamente abandonada. Orar es dejar aflorar en la conciencia y en el corazón la Presencia de quien nos ha creado, nos ama, y nos invita a ser mensajeros de su Vida. Otro pensador no creyente, formula ese deseo para nosotros los cristianos, pues espera que lo seamos de verdad: «que sea Pascua plena en vosotros que fabricáis pasos donde hay muros y barreras, para vosotros abridores de brechas, saltadores de obstáculos, mensajeros a toda costa, atletas de la paz». El Papa y los que viven en las periferias nos lo piden.

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