Siguiendo mi rutina diaria, he salido a caminar a las ocho y media de la mañana. Esperaba un primer día de año hermoso, a ser posible con sol radiante, alejado de los días previos de niebla y frío.
Había menos paseantes que otros días, pero no faltaron a la cita con la espléndida ribera del Carrión algunos de los andarines habituales. Como hace ya muchos años que no trasnocho en la celebración de Nochevieja, mi cuerpo respondía gozoso al ejercicio matutino. Cuando me acercaba a los alrededores de Sotillo palentino, me salió al encuentro una interminable procesión de jóvenes que regresaban, no sé de dónde, de festejar el cambio de año.
Los varones, adolescentes y veinteañeros en su mayoría, vestían trajes con pajarita o corbata, claramente inapropiados para el rigor del invierno palentino. Muy pocos se protegían con un chaquetón o abrigo. Me cuentan que la costumbre de lucir las mejores galas en Nochevieja ha ido arraigando en los últimos lustros. Me resulta chocante porque ese hábito indumentario no se estilaba en mi lejana juventud. La moda de vestir un traje tiene sus consecuencias estéticas. Se ve que los jóvenes que llevan chaqueta y corbata no están acostumbrados a ese atuendo. Algunos quizás sólo lo utilizan de Nochevieja en Nochevieja. Y se nota. No saben lucirlo, pero suplen la carencia de estilo con la incontestable belleza de su juventud. En las chicas, apenas superada la adolescencia, los vertidos que portan resultan si cabe mas inapropiados para una noche de invierno en la meseta. Son prendas de primavera o verano, escotadas, sin mangas incluso, con minifaldas insinuantes que resaltan sus formas y su atractiva anatomía. Están guapísimas, aunque las supongo ateridas de frío, porque muy pocas acompañan sus espectaculares vestimentas con chaquetones y abrigos que las protejan de las bajas temperaturas de Castilla.
Me traen a mi memoria la visión que me sorprendió hace años cuando visitaba Londres un fin de semana de invierno. Caía aguanieve. Mis amigos y yo caminábamos por la City con guantes, gorros de lana y varias capas de camisas térmicas bajo el abrigo. Y, de repente, a la entrada de una discoteca, nos topamos con la imagen de decenas de muchachas, pálidas, casi albinas, delgadas que se arremolinaban a la puerta. Vestían con sandalias, minifaldas por encima de la rodilla y camisillas de tirantes que apenas les cubrían el torso. Impresionaba el contraste entre nuestro frío y su aparente indiferencia hacia el horroroso clima del invierno británico. A un grupo de jóvenes semejante al que me encontré a las diez de la mañana, ya lo había visto hacía unas diez horas cuando regresaba a mi casa tras haber celebrado las campanadas de fin de año en familia. Diez horas después resultaban irreconocibles. El cansancio, el consumo de alcohol y las horas de bailoteo habían hecho mella en la espectacular imagen que lucían cuando salieron de su casa tras haber cenado con sus padres,
En mi juventud también pasé noches en vela abusando de la bebida y el tabaco. Nada nuevo. Por aportar algo de mejoría en la evolución de la sociedad, debo alabar que, al menos, los jóvenes de ahora no suelen coger el coche cuando van a ingerir cantidades ingentes de alcohol. En mi generación solíamos conducir con una imprudencia temeraria. Algo se ha avanzado. También valoro como esperanzador que, a pesar de lo embriagados que regresaban a casa, no presencié ningún desorden, pelea o disturbio provocados por los excesos etílicos. Por lo demás, un «dejà vu». Los jóvenes han salido de sus casas con la esperanza de iniciar una noche mágica. Para algunos será el primer día que sus padres les permiten trasnochar sin horario limitado de regreso al hogar. Todos desean pasarlo bien y, si es posible, enamorarse y comenzar el año con una historia romántica de amor que justifique «el año nuevo, vida nueva». Pero los sueños rara vez se cumplen en Nochevieja. Quizás Manoli recibió el requiebro de Juan, cuando lo que ansiaba era conectar con Pedro. Quizás Pedro tiró los tejos a Luisa y sufrió el desdén de la moza, que esperaba la atención de Julián. Al final de la noche, ante la evidente frustración del desamor, el alcohol los igualaba a todos. Rostros cansados, princesitas de la boca de fresa, desmaquilladas, despeinadas y agotadas. Chicos tambaleantes de regreso a casa. Muy pocas parejas regalándose arrumacos. La Nochevieja quizás sea el momento menos propicio para enamorarse.
Capto alguna conversación de chicas que reciben una llamada en sus móviles. Sus madres se han levantado a desayunar y se han alarmado al ver que sus retoños no han regresado aún al hogar,
«Tranqui, mamá. Estoy llegando. No te preocupes».