Me he levantado esta mañana escuchando esta hipnótica canción de Pink Floyd. TIME tiene más de cincuenta años. Me sigue resultando inquietante. Si analizamos la letra, encontraremos razones para una reflexión sobre la temporalidad.
Los seres humanos somos el resultado de una aleación de materia y tiempo, siendo este último componente condicionante del primero. La cuarta dimensión nos ha obsesionado desde que descendimos de los árboles y comenzamos a caminar erguidos. Miles de años después seguimos sin tener un conocimiento lógico y racional del concepto «tiempo».
Nuestras limitaciones intelectuales para conocer y comprender la cuarta dimensión de la física con que se organiza el universo nos han llevado a simplificaciones conceptuales con las que intentamos acercarnos al meollo de su significado.
Las personas del común interpretamos el tiempo como un vector que tiene un punto de arranque (¿?) que se prolonga hasta el presente. Concebimos el futuro como una proyección hipotética de ese vector. Brotan así las primeras dudas y objeciones. ¿Qué supone que el tiempo tenga un punto de partida? ¿Cuándo? ¿En el Big Bang? ¿Con la creación divina de la que hablan las religiones monoteístas? Y antes del Big Bang o de la hermosa metáfora de la creación del universo, ¿qué había? Lo ignoramos. Intentamos responder con la principal cualidad que los humanos hemos dado a los dioses: la atemporalidad.
«Dios no tiene principio ni fin», nos consolamos. Y nos quedamos tan tranquilos, aunque no seamos capaces de comprender el concepto. Nos resulta imposible imaginar algo que no empiece en algún momento. Traslademos la reflexión a nuestra vida real. Hemos decidido imaginar cortes en ese vector en progresión con que simbolizamos el tiempo. Entendemos por pasado todo lo que es anterior a nuestro presente (el de cada uno, se entiende). Como lo conocemos mejor, lo subdividimos y lo matizamos incluso en nuestros sistemas de conjugación de los verbos. Con el presente comienzan los problemas conceptuales.
Es el punto máximo alcanzado por el vector, pero cuando llegamos a él, ya es pasado. Por eso decidimos llamar presente al pasado inmediato y al futuro inmediato, aunque no tengamos la certeza de que vayamos a llegar a alcanzarlo. Por último, la proyección del vector hacia el futuro, hipotético e infinito, vuelve a superar nuestro intelecto y, como mucho, la llevamos hasta nuestros propios e impredecibles finales temporales.
Pocos temas tan fascinantes para un debate como intentar explicar el concepto «tiempo», quizás porque va estrechamente ligado a nuestro final y solemos temer todo lo que supera nuestro enmarque espaciotemporal.
Llevando la reflexión al devenir de nuestra vida, reconozco que me molestan las declaraciones que desean que pase rápido ya sea un día, un mes o un año. Rechazo estas expresiones por muy justificadas que parezcan por la casuística de cada hablante, aunque yo mismo las utilice (a veces el lenguaje acaba pervirtiendo la percepción de las cosas).
Por muy malos que hayan sido un mes o un año, estoy seguro de que ansiaríamos repetirlo si estuviéramos cercanos a nuestro trágico destino final. ¿Por qué? Porque supondría seguir estando vivos, aunque fuera sufriendo. El dolor es consustancial al ser humano. El «paso» del tiempo supone otra perversión más de nuestro lenguaje. El tiempo no pasa. Somos nosotros lo que pasamos al ser incapaces de detenernos en nuestro devenir. Así se explican esas utopías retóricas con las que los enamorados se dicen «ojalá el tiempo se detuviera para ser eternamente felices» «Reloj, no marques las horas», que rezaba el bolero de los Panchos.
Fluimos en el tiempo y avanzamos inexorablemente a nuestra muerte. Mientras que el tiempo (infinito o no. Lo ignoro.) se muestra inmutable en su presencia en los fenómenos físicos.
Me consuelo en mi ignorancia con esta doble afirmación de Fernando Pessoa, en El libro del desasosiego: «No pienso, porque pensar es no comprender. No se hizo el mundo para pensar en él»
«Querer comprender el universo es ser menos que hombres, porque ser hombre es saber que no se comprende».
Quizás por eso el hombre se inventó a los dioses.