En Valencia, en la carrera aprendí a minimizar los juicios de valor, porque son opiniones personales basadas en los valores del sujeto que las emite. Por lo tanto, son incalificables, sin posible crítica pero hoy forma la oratoria de muchos políticos nuestros.
A menudo se dice: «todos los políticos son iguales». Es un juicio de valor descalificativo de quien ve que no puede con un crítico y opta por generalizar. La respuesta es fácil: «eso es lo que tu quisieras». Dar la razón a este juicio es cancelar a todos los políticos y no es verdad, como dice el humorista Forges: ¡pero, si Uds. lo quieren así! Esta evaluación de la política se realiza sin análisis crítico previo y no es comparable, ni permite tomar decisiones de algún tipo.
También nos dicen: «el discurso de Sánchez fue aplastante» o «el presupuesto fue riguroso». ¿hasta dónde aplastante y de riguroso? De la objetividad cognoscitiva se ocupa Max Weber desde 1904.
Una sociedad inculta usa mucho lo inverificable, los juicios de valor, porque elevan la mera opinión a las más altas categorías. ¿cuántas madres que maltratan a sus hijos se disculpan a la Juez, diciendo: «es que mi hijo se porta mal». Se basan en que no existe cuantificación: ¿cuánto de mal? Y olvidan que la personalidad el resultado de las características heredadas y estímulos sociales de la primera etapa, que marca al individuo.
Karl Popper dice: «Lo que pescamos depende del tejido de la red y cómo se la saca». La ciencia no usa de juicios de valor, sino expresiones racionalmente fundadas y no opinables.
Para suplir la carencia, a los juicios de valor se les otorga una capacidad persuasiva basada en los valores personales, en la propia ideología, como dice Mac Cornick o el profesor de Teoría Política de la Complutense Pedro Abellán.
Aprendamos a diferenciar los grados de potencia del juicio de valor para obtener una situación real en la que basar la posible acción política y desechemos el autobombo imprescindible de Maduro: «sin mí no hay paz en Venezuela».