El siglo XX ha sido una época convulsa donde han convivido los episodios más terribles de la historia de la humanidad como las guerras mundiales, el holocausto de los judíos, el gulag soviético, y junto con ellos y en ellos, la presencia de la humanidad y santidad más sublimes: el testimonio de San Maximiliano Kolbe, o de mujeres como Madeleine Delbrêl, Simone Weil, Edith Stein (Santa Teresa Benedicta de la Cruz) o Etty Hillesum, que respondieron con amor a un odio que pretendía aniquilarlo todo.
Etty fue una joven judía que, con un coraje y honestidad admirables, buscó la verdad en circunstancias vitales complicadas. Su coherencia y su valentía la llevaron a escuchar en lo más hondo de ella y a bucear en su soledad hasta dar con esa soledad sonora que conocen los místicos. Cuando fue conducida al campo de concentración de Auschwitz, asumió su destino no desde la desesperación sino desde la fe en Dios que en ese momento iba brotando en ella. El Dios del siglo XX aparece como un compañero y un amigo vulnerable al que hay que cuidar.
«Una cosa, sin embargo, me resulta cada vez más evidente, y es que Tú, oh Dios, no puedes ayudarnos a nosotros, sino que somos nosotros los que tenemos que ayudarte a Ti, y de este modo ayudarnos a nosotros mismos. Lo único que podemos salvar en estos tiempos, y la única cosa que verdaderamente cuenta, es un pequeño trozo de Ti en nosotros mismos, Dios mío. Y tal vez podamos también contribuir a desenterrarte de los corazones devastados de otros hombres. Sí, Dios mío, parece que Tú no puedas hacer mucho por modificar las circunstancias actuales, sino que ellas forman parte de esta vida. Yo no llamo a juicio a tu responsabilidad, más tarde serás Tú a declararnos responsables a nosotros. Y casi a cada latido de mi corazón, crece mi certeza: Tú no puedes ayudarnos, sino que nos toca a nosotros ayudarte, defender hasta el fin tu casa en nosotros».
Cambia aquí el paradigma religioso. Ya no es una cuestión casi mágica, la de la fe. Es una cuestión de amistad, de complicidad, de acompañamiento y acogida. Soñar, acoger, acompañar son el lema en nuestra diócesis en este año. Etty asume el sueño de un Dios humilde que espera a nuestra puerta anhelando que le acojamos y le acompañemos en todos nuestros hermanos. Etty es un buen antídoto para nuestra pretensión de atarlo y controlarlo todo, para así vencer al miedo y a la inseguridad que amenaza surgir en nosotros.
«He aquí tu enfermedad: pretendes encerrar la vida en tus fórmulas, abrazar todos los fenómenos de la vida con tu mente, en lugar de dejarte abrazar por la vida. Cada vez quisieras rehacer el mundo, en lugar de gozarlo como es. Es una actitud bastante despótica». El Papa Francisco llama a esta tentación gnosticismo. Nos encerramos y nos atrincheramos en nuestras ideas, para disparar con palabras a todo lo que nos amenaza fuera de la muralla que construimos alrededor. Nuestra sociedad sigue generando trincheras y enemigos. Nuestra amiga judía nos enseña a dejarnos abrazar por la vida, quitarnos la armadura, el casco y el escudo con que salimos a la calle.
En este año dedicado a la oración para preparar el Jubileo de 2025, es oportuno reconocer y redescubrir que no estamos simplemente ocupados. Los seres humanos estamos habitados por la Presencia de quien nos lo da todo: «Dentro de mí hay una fuente muy profunda. Y en aquella fuente está Dios. A veces consigo llegar a ella, más a menudo está cubierta de piedras y arena: entonces Dios está sepultado. Entonces hay que desenterrarlo de nuevo. Dentro de mí hay una melodía que a veces quisiera tanto ser traducida a sus palabras. Pero por mi represión, falta de confianza, pereza y no sé qué más, permanece sofocada y escondida. A veces me vacía del todo. Y después me colma de nuevo con una música dulce y melancólica».
«Para mí yo sé esto: debemos abandonar nuestras preocupaciones para pensar en los demás, a los que amamos. Quiero decir esto: se debe tener a disposición de quienquiera que se encuentre por casualidad en nuestro camino, y que tenga necesidad, toda la fuerza, el amor y la confianza en Dios que tenemos en nosotros mismos, y que últimamente van creciendo de forma tan maravillosa en mí». Está en nuestras manos decidir y crear el mundo que Dios sueña. Ellas nos han marcado el camino.