Jesús Martín Santoyo

Ensoñaciones de un palentino

Jesús Martín Santoyo


CEFERINO, EL FRUTERO DE BARRIO

18/08/2024

En alguna de las ensoñaciones me he referido al frutero de mi barrio. Ceferino me asombra por su saber enciclopédico sobre la vida y milagros del vecindario de la calle donde está ubicado su negocio. Lleva tiempo al frente de una tienda en la que vende, sobre todo, frutas y verduras de calidad.
Tras pasar varios años trabajando como un esclavo en Alemania y Francia, ahorró un pequeño capital con el que pudo realizar el sueño de su vida, ser tendero en su ciudad natal.
«Mi padre arruinó a la familia debido a su incontrolable adicción al juego. No me quedó otro remedio que buscarme la vida desde que cumplí 18 años. Primero, en una fábrica de neumáticos en el Ruhr alemán y luego, como guardia de seguridad en las obras de construcción de una central nuclear en Francia. Viví en barracones y trabajé todas las horas extraordinarias que me ofrecieron. Austeridad absoluta. Mi única obsesión, ganar dinero para regresar a España cuanto antes y abrir un negocio en Palencia».
Con el paso de los años su inicial negocio vegetariano comenzó a comercializar otros productos. Hoy podemos encontrar casi de todo en el local de Ceferino: cafés, vinos, aceites, huevos, legumbres, conservas, pan, repostería… El local se ha convertido en el típico establecimiento de barrio al que la clientela acude cuando se ha olvidado de comprar algo en la visita a las grandes áreas comerciales. Ceferino, cual Quijote, hace frente con su negocio a los competitivos precios de las grandes superficies. ¿Cómo puede sobrevivir la pequeña empresa familiar a menos de cien metros de un Mercadona y de un súper de la cooperativa Agropal? 
La respuesta hay que buscarla en la cercanía, en la cordialidad con que el frutero trata a cuantos traspasan el umbral de su comercio.

PEQUEÑOS AUTÓNOMOS. ¿Es más caro que la competencia? Indudablemente. Pero quiero suponer que hay suficiente gente como yo que preferimos pagar un poquito más a los pequeños autónomos de nuestras calles y barriadas con el ánimo de que sus negocios no acaben cerrando y los terribles carteles de «se vende», «se alquila», depriman aún más la geografía urbana de nuestra ciudad.
El frutero está al tanto de todo cuanto sucede en el barrio. Me informa de los asuntos que se van a tratar en la próxima junta de vecinos cuando aún no me ha llegado la convocatoria cursada por el administrador. Tras tener todo el verano la calle levantada a causa de las obras de instalación del sistema de bombas de calor, los vecinos esperábamos que la empresa cerrara las zanjas y el ayuntamiento asfaltara la calle. 
«No lo esperéis tan pronto. Al menos, hasta el próximo año. Van a instalar una enorme grúa para iniciar la construcción de un bloque de pisos en las inmediaciones. No se adecentará la calle hasta que acaben las viviendas», indica.  «Hoy tengo la grúa casi metida en mi cocina. Me espera un largo período de ruidos y polvo», añade.
Desconozco si Ceferino está casado, viudo o divorciado. A pesar de su aspecto juvenil me temo que tiene más años de lo que aparenta. A veces me atiende una mujer demasiado joven para ser su esposa. Pero ¿quién sabe? No tengo tanta confianza como para preguntarle.
«¿Qué tal va el negocio?», pregunté una mañana que vi al frutero, aburrido, apostado a la puerta de su tienda sin que ningún cliente reclamara su atención.
«Bueno, hay días mejores y peores. Si sobreviví a los meses de pandemia, también voy a soportar la competencia de los supermercados», me respondió.
«¿Mi filosofía? Apuesto por la calidad, por el producto de cercanía, aunque resulte más caro. Mira, tengo vino del Cerrato, vendo leche de la vaquería del convento de la Trapa, lechugas y cebolletas plantadas a menos de un kilómetro. Además, llevo la compra a su casa a los clientes de más edad, siempre que esperen al final de la mañana. Se lo acerco yo mismo sin sobrecoste. No tengo capacidad para contratar a un recadero. Eso sí, sólo a los vecinos que conozco que sean mayores o estén impedidos. Me llaman por teléfono. Anoto el pedido y cuando cierro para ir a comer les llevo la compra a sus casas».
Conmigo no tiene que perder más tiempo en convencerme de las bondades de su negocio. Sin saber cómo era el personaje, ya compraba en su tienda. Ahora, conociéndolo, me convertiré en cliente fijo.