Desde el Renacimiento las grandes naciones europeas aprendieron a desarrollar un casi novedoso sistema de publicidad con las artes. Primero eran los príncipes o duques quienes lo hacían privadamente, aumentando sus colecciones para ser admirados también en su refinamiento y no solo por su poder, luego fue el prestigio de los museos, sobre todo a partir del siglo XIX, ya a veces en gobiernos republicanos. Además de los monumentos, catedrales o palacios, estaban las artes producidas por sus ciudadanos. Millones de personas han seguido las rutas de escritores, músicos o pintores por París, Roma o Florencia. Bastante más de tres millones de personas visitaron el Museo del Prado este año y esto, además de una gran fuente de ingresos, por la taquilla, por los hoteles y restaurantes que usan, amén de otros lugares adyacentes, provoca una gran admiración y afecto positivo por el país visitado.
La difusión de un autor también es mayor cuando los gobiernos usan sus efigies en monedas, billetes, sellos o bien otros instrumentos simbólicos, según sucede con Cervantes con Falla, Goya y otros muchos de nuestros grandes personajes.
Cuando ahora vemos aparecer una obra de Pedro Berruguete ilustrando los billetes de la Lotería de El Niño nos felicitamos, pues la gloria de Berruguete, el ciudadano de Paredes de Nava, se extiende a su localidad, que une la del gran Jorge Manrique, tan leído del uno al otro confín del mundo. La gloria de los grandes artistas es la gloria de los pueblos que los engendraron y educaron y con los Berruguete se aplaude a Palencia. Esas imágenes que expresaron su mente, llenas de devoción y delicadeza, muestran aquí al primer mago que venido de Oriente, siguiendo una estrella, se postra, humilde, para adorar al Niño Jesús, el Mesías, Hijo del mismo Dios, aunque su forma es la de un pequeño infante. Todos buscamos nuestra estrella en la noche del mundo y para hallar el gran tesoro divino, la gran Presencia amorosa, hay que arrodillarse, descender de nuestro pedestal, que no es sino siempre pequeño y temporal frente al Señor del Universo. Lo pequeño puede ser, por amor, grandioso.