Todo tipo de violencia es censurable. La muerte por violencia vicaria supera los límites más elementales. Nos despertamos cada día sorprendidos con más y más noticias entre las que no predominan, desafortunadamente, las buenas. Todo lo contrario. Si la muerte de una empleada que trabajaba haciendo la comida para los presos de una cárcel nos produjo indignación y repulsa vaya, desde estas líneas, mi dolor añadido al de sus familiares y, también, mi repulsa hacia ese sujeto que cometió tal acto inclasificable, pues si no tenía nada que agradecerle a dicha señora, al menos que hubiera hecho huelga de hambre, digo yo, y no se aprovechase de llenar su estómago, que, por cierto, habrá que seguir alimentando porque de otro modo ¿acaso no sería capaz de volver a hacerlo? Es muy difícil abandonar la cárcel reintegrado a la sociedad. Y, en esa tarea gastan su vida, su experiencia, su paciencia, miles y miles de trabajadores que, reconozcámoslo, no ocupan nuestra mente salvo cuando, como en este caso, muere una persona que trabajaba para un centro penitenciario. Empleados que se juegan la vida por todos nosotros. Merecen también un gran reconocimiento; es justo. Y deberíamos tenerlo en cuenta.
Pero hoy quiero alzar mi voz por esas niñas a las que su propio padre les quitó la vida. En lugares distintos y con el mismo motivo, la venganza, desde 2013 son ya 154 los niños y niñas asesinados por su padre. No puedo admitir que haya maldad mayor, quizá previa premeditación, y con malsano deseo de venganza: dar un escarmiento a las madres, que jamás podrán, ojalá me equivoque, rehacer sus vidas, caminar y mirar hacia delante y ser capaces de olvidar que les robaron aquellos hijos que alimentaron en su vientre con la esperanza de verlos crecer felices.
Y que, como ha ocurrido ahora un loco asesino, fríamente, en este caso, las envenenó con un pesticida, se ensañó con las dos niñas para hacer el mayor daño posible a la persona que más las amaba: su propia madre. La violencia machista que algún partido político no reconoce, ¡qué cabezonería!, de nuevo se repite y hace de las suyas. Y son ya 1.246 las mujeres fallecidas desde que comenzaron los registros de muerte por esta causa. Es primavera. El dolor no debería acompañarnos.