Todos los días a la misma hora. Miras el reloj y son las ocho de la mañana. Vas a lo tuyo, repasando mentalmente la agenda de labores pendientes. Con ritmo, casi de marcha, porque todos tenemos nuestros rituales previos. La primera vez casi no te das cuenta, pues vamos acelerados, a lo propio, capeando el temporal que toque, ya sea frío, lluvias o viento. Superas el paso de cebra, atraviesas el parque, revisas de reojo los mensajes que saltan en el móvil y sigues camino a tu destino. La segunda, escuchas a un niño que habla con su mamá, señalando al árbol que queda a la izquierda. El más grande, el que cuelga sus ramas hasta el suelo, creando una cabaña improvisada en la ficción ruidosa de la ciudad. Dentro, refugiado, un hombre acurrucado, amasijo de sí mismo. La madre tira de la mano y prosiguen raudos al colegio. La tercera te fijas por ver si se repite la misma escena. Y, efectivamente, está ahí. De cuclillas, con la gorra calada hasta las cejas, con una bufanda que conoció tiempos mejores, una mochila militar a reventar, un bastón y un guante en la mano derecha. Nos cruzamos la mirada y sonríe. Pienso para mis adentros que no espera nada de nadie ni lo pretende. Al día siguiente la misma operación. Clavado paisaje, idéntica estampa, igual situación. Hace peor que ayer. A su lado, un gato negro, mascota libre que se acerca con recelo para husmear las sobras de un bocadillo que no parece suyo. Me atrevo, me acerco; ¿Está bien? ¿Necesita algo? Apenas gesticula y murmulla en otro idioma que entiendo es francés. Entablamos conversación y desempolvo una lengua de instituto casi olvidada. Me dice que todo en orden. Que vive divino, que así es feliz. Muy educado, agradable, aunque su físico delata que no son sus mejores momentos, por mucho que sus palabras digan lo contrario. Entiendo que la misión se acabó, pero se te queda mal cuerpo. Es posible que esté así por decisión propia, aunque en tu interior sabes que la vida se le habrá complicado por los motivos que sean. Deduces que no quiere dar explicaciones y que tampoco busca aprobación. Está y punto, en un mundo nuevo que para nosotros es incomprensible. Y piensas si mañana puedes ser tú la sombra que nadie quiere apreciar. Uno más, en la deriva de turno.