Queridos lectores, paz y bien. Hoy es el domingo de Ramos en la Pasión del Señor, y la primavera ha estallado alrededor. El ciclo de la vida vegetativa avanza indiferente ante tantas señales de alarma social y política en nuestro mundo. Es además la Semana Santa de un año jubilar, en el que se nos asegura que la esperanza no defrauda. Recuerdo mi juventud, cuando yo me debatía en una intensa lucha interior buscando cómo responder a la llamada de un Dios que me pedía dejarlo todo. Para mí, me era más cómodo vivir el otoño y el invierno, en los que la vida retenida y dormida mitigaba mi anhelo de plenitud. La llegada de la primavera en cambio, me producía un agudo dolor, una nostalgia, ya que la naturaleza iba despertando y hacía aflorar en mí la aguda nostalgia de una vida plena.
Por eso, aunque vivas un invierno interior, el reverdecer y florecer exterior puedes tomarlos como una auténtica pro-vocación a despertar, a renacer. Un viejo refrán español reza que «el domingo de Ramos, quien no estrena no tiene manos», o, dicho con otras palabras: quien no renueva (compra, adquiere) algo en la vida estos días es que está manco, paralizado o muerto. Así, el Domingo de Ramos, es cada año una llamada a renovar, a dar los últimos retoques al traje nuevo tejido en el taller de vida espiritual que ha sido la Cuaresma.
Ese vestido nuevo, blanco, resplandeciente, los cristianos lo hemos ceñido en torno a nuestro cuerpo el día del bautismo. Y hoy el Rey de reyes va a entrar en la Ciudad de la Paz, en la Jerusalén celeste que es la casa de todos. Frente al atronador desconcierto de los tambores de guerra de las naciones poderosas, que imponen en África y Sudamérica sus guerras comerciales y físicas, escucharemos en ciudades y pueblos tambores y trompetas de paz. Los cánticos del Hosanna al hijo de David, al bendito el que viene en nombre del Señor nos invitan a sumarnos al cortejo de los niños que acompañarán a Jesús hasta el mismo templo de Jerusalén.
Y nosotros podemos seguir replegados en nuestro invierno vital, o podemos planear y plantear un peregrinaje interior, un viaje por los parajes y paisajes de nuestra alma. Y podemos, tal vez, apreciar cómo hay ya brotes y germinaciones allá donde no esperábamos hallar nada. Domingo de Ramos, para seguir a los señores de la guerra (vanidad, imposición, abuso, evasión, explotación...) o al Príncipe de la Paz (humildad, perdón, respeto, compromiso, servicio...). Puedes organizar una procesión de silencio recorriendo tus espacios vitales. Al fin y al cabo, siguiendo el leguaje de Santa Teresa, contémplate como un castillo habitado en su centro por el Rey. Vives en las periferias del castillo, enajenado, lejos de ti. Semana que es Santa porque Dios te invita, te empuja a centrarte, a apropiarte de tu vida, a mirarte y vivirte desde el centro donde Él te habita. ¿Ocupado o habitado?
Días de vacación para deambular sin rumbo por las calles, o para procesionar con Cristo, para entrar en su misterio, para entrar en Él y quedarte a vivir ahí. Cito este hermoso texto de san Gregorio Nacianceno: «si eres Simón Cirineo, coge tu cruz y sigue a Cristo. Si estás crucificado con Él como un ladrón, como el buen ladrón confía en tu Dios. Si por ti y por tus pecados Cristo fue tratado como un malhechor, lo fue para que tú llegaras a ser justo... Si eres José de Arimatea, reclama el cuerpo del Señor a quien lo crucificó, y haz tuya la expiación del mundo. Si eres Nicodemo, el que de noche adoraba a Dios, ven a enterrar el cuerpo, y úngelo con ungüentos. Si eres una de las dos Marías, o Salomé, o Juana, llora desde el amanecer; procura ser el primero en ver la piedra quitada, y verás también quizá a los ángeles o incluso al mismo Jesús».
No estamos abandonados a nuestra suerte. Los dramas personales y sociales de nuestra época parecen indicar un invierno interminable. Pero el deshielo ya ha comenzado, y el agua baja de las cumbres nevadas entre praderas cuajadas de flores. Jesús baja de Galilea Judea. Ya ha pasado Jericó, y tras descansar en casa de Lázaro con Marta y María, llega al Monte de los Olivos. Ya le han aparejado la borriquilla. Podemos estrenar prendas del corazón, unirnos al cortejo de los niños y buscar aire en nuestros cansados pulmones para entonar el ¡Hosanna al Hijo de David!