Seguimos la huelga hasta su final; Marcelino, en San Juan de Dios, daba Preu a los chicos. Alternando estudio y trabajo (auxiliares de enfermería, medicina o farmacia). Si acababan sus carreras con 40 años, seguían como frailes, no se iban. Yo, en el Jorge Manrique. La inicié sola. Luego, con dos compañeros. Los delegados, reunidos en la iglesia de San José, votaban seguir o no. Se perdía salario y no todos podían renunciar al dinero. Sufrimos presión social más de 20 días. Pedimos sueldo digno y reivindicamos formación permanente del profesorado pues hubo quien, al acabar la carrera, ni leía.
Pagué de mi bolsillo, varios veranos, lo mismo hizo otra maestra amiga, Puri Granja, cursos de música, mimo, teatro, flauta y programaciones de poesía en la escuela. Estuvimos en Madrid, en la Almudena, en Sevilla y, luego, fui a Vigo. Era parvulista. Ya había aprobado -por libre- en Valladolid, quinto curso de piano. Puri tenía su carrera acabada. Cedí horario de piano -en casa - a mis hijos Álvaro y Carmen, hoy profesores en el Conservatorio de Palencia. Tocaba los domingos. Creí justo que el Estado facilitase que nuestro trabajo fuese mejor. Ordeno todo cuanto mi marido dejó sin publicar; encuentro una carta que leyó a sus alumnos. Transcribo parte de ella:
«Desde mi última clase han ocurrido cosas importantes: Yo no he dado clase y otros compañeros tampoco. No me arrepiento de nada. Pienso que mi postura era por algo justo por lo que había que luchar. Lo hice. No conseguí ganar la batalla. La guerra sigue en pie. Y lo importante no son las batallas, sino la guerra. Debo, sin embargo, pediros perdón, no por los días que no he estado aquí, sino por la imagen del Cuerpo al que pertenezco: el profesorado de E.G.B. Esta vez no hemos sido maestros. Los maestros han de enseñar para que nadie se equivoque. Y nosotros nos hemos equivocado con nuestra actitud ante todos: A vosotros y a vuestros padres. Unos maestros hemos ido por un sitio, los más, y otros, por otro. Juzgad vosotros. No cambio mi imagen ni la de mis compañeros de huelga por la de otros obedientes que, sin embargo, no les importa robaros minutos diarios por empezar contumazmente tarde las clases. No llegan a tiempo o lo gastan -quitándooslo- conversando en el pasillo».