En un machacón día de verano, una caravana de vehículos avanzaba lentamente por la estrecha carretera que serpenteaba entre los campos de trigo. Los ocupantes, todos ellos ponentes de un congreso sobre la despoblación, se impacientaban mientras el tráfico se detenía una y otra vez. De repente, como si alguien hubiera girado un interruptor invisible, la vía se transformó en un angosto camino de tierra. Los interfectos se miraron perplejos, preguntándose cómo habían llegado allí. Sus móviles dejaron de tener cobertura y la desesperación comenzó a dejarse sentir. Fue entonces cuando una vaca apareció de la nada. No era una bovina común y corriente; tenía un aire de sabiduría en sus ojos. Se acercó al coche más cercano y habló con voz pausada: «¿Sabéis lo que necesitáis, queridos viajeros? Mantequilla de verdad. No esa margarina insípida que venden en los supermercados. La auténtica, hecha con amor y paciencia». Los ponentes se miraron entre sí, desconcertados. ¿Una vaca que hablaba? ¿Qué estaba pasando? Justo en ese momento, un peregrino japonés apareció al lado de la rumiante. Llevaba un sombrero de paja y un bastón de bambú. Se inclinó ante los viajeros y dijo: «Perdonad mi intromisión, pero creo que puedo ayudaros. Soy un alma libre en busca de respuestas y este lugar parece estar lleno de ellas». Los sujetos, ahora completamente impertérritos, escucharon al andarín mientras les hablaba sobre la importancia de la comunidad y la conexión con la naturaleza. Les instó a dejar atrás sus preocupaciones y a abrir sus corazones a las experiencias inesperadas. Así, en medio de aquel atasco surrealista, la calzada se convirtió en una vereda de nuevos mundos. Los del reto demográfico comenzaron a hablar entre ellos, compartiendo vivencias y risas. La vaca siguió predicando sobre las bondades del entorno y el peregrino nipón se convirtió en el improvisado alcalde del pueblo más cercano. Al final, aquel supuesto congreso sobre la despoblación se convirtió en algo mucho más profundo, con giro de tornas y de ópticas. Un oasis incomprendido donde todos se sentaron en corro, sin escenarios ni pantallas y que se tradujo en una romería popular entre iguales, llegando a conclusiones que antes hubieran sido papel mojado.