Jesús Martín Santoyo

Ensoñaciones de un palentino

Jesús Martín Santoyo


Un irlandés a orillas del Carrión

10/11/2024

Algunas tardes, cuando paseo por el barrio palentino Allende el Río, me he acostumbrado a ver a un grupito de adolescentes que aguardan en la acera la llegada de su profesor de inglés. Peter los recibe y los acompaña al interior de su domicilio, una casa molinera de planta baja con un reducido jardín anexo.
Desde hace tres años el profesor vive en Palencia con Margarita, una atractiva muchacha de Monzón de Campos que ejerce como maestra en un colegio público de la ciudad.
Peter, pelirrojo, pecoso y con una pelambrera encrespada, responde fielmente a la imagen que esperamos de un natural de La República de Irlanda. Su familia explota un pequeño comercio de hostelería en Limerick durante el otoño y el invierno.  Al llegar el verano, se mudan para dirigir una popular casa de comidas en Spanish Point, una playa salvaje en el occidente de la isla, casi siempre arrasada por los vientos atlánticos y las borrascas. 
Quizás influido por la trágica historia de esa playa, cementerio múltiple de cientos de soldados españoles que desembarcaron buscando refugio del temporal tras el desastre militar de la Armada Invencible en la guerra anglo-española, el joven Peter se decidió a estudiar filología hispánica en Dublín. Como buen irlandés odiaba a los ingleses tanto o más de lo que amaba a los españoles, a quienes admiraba por ser los enemigos históricos de Inglaterra, la potencia a la que achacaba todas las desgracias de su pueblo antes de conseguir la independencia.
Nacionalista irlandés, católico militante e hispanófilo, el joven Peter acudió a Valladolid al acaba su licenciatura en Dublín. Deseaba perfeccionar su manejo del castellano, a la vez que realizaba un máster sobre teatro español del XIX.
Un domingo, al salir de la iglesia de San Pablo, saludó a Margarita. Se conocían como alumnos del curso de posgrado en el que ambos estaban matriculados en la universidad pucelana. Y lo que comenzó siendo una amistad coyuntural de iglesia y aula académica acabó derivando a las pocas semanas en un romance apasionado y comprometido.
Peter regresó a Irlanda para presentar a sus padres a su novia española. Les comunicó su intención de establecerse en España junto a su enamorada.
La pareja se estableció en Palencia, donde la mujer había empezado a trabajar como maestra interina en un colegio público. No le constó al irlandés acostumbrarse ni al clima ni a las costumbres de la capital castellana.
«No hay gran diferencia. Compartimos frío en invierno, pero aquí al menos no llueve tan copiosamente como en mi tierra. Sólo echo de menos las cervezas artesanales de Limerick. Son inigualables, aunque he probado una cerveza lager destilada en el Cerrato que apunta en el buen camino de la manufactura cervecera».
 Puedo corroborar la información del profesor.  En mi última visita a Irlanda visité Limerick, una ciudad al sur de la isla, famosa por la larguísima ría que la conecta con el mar y por un imponente castillo ligado a la cruel historia de la república. Junto a la fortaleza medieval, muy deteriorada, se levanta el humilde poblado de casas bajas en el que se ambienta la novela Las cenizas de Ángela, símbolo de los años de hambruna y emigración masiva de irlandeses a los Estados Unidos.  No puedo olvidar que, en una taberna, junto al castillo, degusté varias pintas de cerveza artesanal que se producían en una factoría cercana.  Jamás he vuelto a tomar una lager tan exquisita, con un regusto inolvidable a hierbas y regaliz. Una vez que Peter y Margarita se unieron en católico matrimonio, el irlandés comenzó a dar clases particulares de inglés a los jóvenes estudiantes de su barrio. Se publicitaba como profesor nativo. A la vez preparaba oposiciones para ingresar como docente en la enseñanza pública de Castilla, aprovechando las ventajas de ser ciudadano de la Unión Europea. 
Cuando le he visto recibir a la media docena de rapaces que le esperan frente a su casa para recibir la lección, me ha parecido un hombre feliz, contento con su destino y su vida. Sólo el encendido color rojizo de sus cabellos y la palidez extrema de su piel desentonaban con el paisaje a orillas del río Carrión donde el irlandés estaba echando raíces. Me he vuelto a cruzar recientemente con la pareja. Paseaban por la calle Mayor. Peter, con un aire de guiri despistado que me temo no le va a abandonar nunca. Margarita estaba esperando un hijo.