Detrás de cada expreso que brota de la cafetera y llega a la mesa, detrás de cada caña tirada, de cada plato que alumbra una cocina, o de cada evento al que asistimos para destrozar bailando los filis de nuestros zapatos, hay un engranaje sublime, muchas veces invisible para el cliente final, pero tan esencial como que la verja se suba cada día: el distribuidor.
Si la hostelería es un gran teatro, ese gran teatro del mundo, los distribuidores son los técnicos de luces: sin ellos el espectáculo no arranca.
Y da igual que estemos convencidos de que hemos niquelado el pedido semanal y nada hará falta a última hora, la hostelería es un mundo de «ultimas horas», de urgencias, de «mecagüen todo si no he pedido barriles de cerveza…!!!» (que te ves morir), pero da igual que llueva, truene o que la ciudad esté colapsada por una manifestación de unicornios. Ellos llegan. Y no con varitas mágicas, sino con una logística afinada al milímetro y una capacidad de respuesta que ya la querrían los guapos agentes de Mentes criminales. Y lo más meritorio, y jodido muchas veces, con una sonrisa que nunca parece fingida, aunque en ocasiones cueste, y hasta duela. Y la hostelería, que es fiel reflejo del mundo, no iba a ser menos, porque pobres de ellos cuando se cruzan con el cliente «especial», ese ser de luz cuyas exigencias rozan los dramas shakesperianos y cuyas formas son de guantazo a mano abierta de los que no se olvidan en la puta vida y más a gusto que en brazos. Pero ahí están, apoyando y resolviendo. Pese a todo, capeando pedidos, gestionando stocks imposibles, lidiando con cambios de precios y abriéndote los ojos a nuevas tendencias en productos, mercados y técnicas de servicio.
Y no sólo son las personas que te sirven «lo habitual» o te ofrecen y ofertan nuevas propuestas, son paños de lágrimas, confesores y, muchas veces, muchos de ellos, amigos. ¿Quién sino (o si no) un distribuidor puede entender el drama de lo que es encender las luces cada día, o, más aún, de que «este mes no me llega para pagarlo todo»? Y te aguantan una factura. O más… Desde esta humilde quincenal, un aplauso para todos ellos. Y si un día tardan, un poco de comprensión… quizás estaban salvando a un colega de profesión del apocalipsis. Y mañana podrías ser tú.