Ha empezado el año sin pena ni gloria, pero mirando el verano de lejos, que es lo que importa. Y entre los propósitos esos que todos hacemos, yo prefiero recuperar algunas cosas perdidas que echo de menos. Tiene que ver con las emociones o lo espiritual esta vez, en absoluto con cuestiones físicas. Quiero sentir. Sentir el placer de Admirar. Estamos en un momento que no nos permite la contemplación, puesto que desde la pandemia andamos todos en un sálvese quien pueda extraño, como un tumulto de seres todos de la misma estatura, como una especie de manada idéntica o identitaria u oscurecida, sin que nadie destaque, porque no es correcto, llenos de cancelaciones, con un ruido de fondo que sabe a guerra, destrucción e incertidumbre, que no nos permite mirar. Mucho menos contemplar. Se nos han caído los dioses que nos hacían creer en la humanidad y que hasta hace un tiempo celebrábamos juntos: Un benefactor, un escritor, un político, un pensador, un programa televisivo, un conocido, una institución, una idea… creer en algo o en alguien que destaca sobre los demás, y sentir placer por ello compartiéndolo entre todos. Ahora sentimos un panorama más bien detestable, y no entra en nuestras conversaciones la emoción de admirar, porque construir no vende: vende destruir y pasar un rasero por aquello que el esfuerzo y el don natural, hacían de algunos seres humanos un modelo inalcanzable y único, o de una propuesta una esperanza. Eran buenas noticias, era alegría y sosiego que no se tomaban como desigualdad, sino como aliciente desposeído de cualquier parecido a la insana envidia. Aprendí a admirar cuando los ojos de mis padres sorprendidos gozaban ante alguien o algo que se entendía como excelente. Había en los comentarios una especie de reverencia por los mejores. Y yo me sentía bien porque existían. Bajar los listones no nos hace iguales. Admirar desde la serenidad, es agradecer a la vida la belleza que nos rodea, a los médicos que nos curan; a los que cuidan y respetan a los migrantes que llegan a sus costas, a los que velan noche y día para que conservemos un techo, una comida rica, y una noche tranquila. Mi admiración y agradecimiento. Y a Javier Marías por sus libros, a Plácido Domingo por su voz, a Monet por sus nenúfares, a mi ciudad hermosa, y a que la aurora de cada día sea tenaz y hermosa.