Hay un poema de Marcelino García Velasco, Tiempo y Memoria, publicado en la Ñ Literaria (Comisión de Cultura del Excmo. Ayuntamiento de Dueñas. Biblioteca Municipal) que quiero hoy transcribir, en su nombre, como recuerdo a un gran atleta, una buena persona de la que mi marido me habló, siempre, con admiración. Sí, se llamó Mariano Haro. Logró en su tiempo alzarse por encima de otros muchos atletas que entrenaban en mejores condiciones tanto físicas como económicas. Estoy segura de que Marcelino hubiese sentido esa pena de la que cuesta desprenderse cuando se conoce a un hombre de bien que emprende su último viaje y dejó grato recuerdo. Mi marido, estaba en Becerril, a pesar de que en su oposición a diez mil sacó plaza en Bilbao. Dio clase en San Juan de Dios a jóvenes que seguían o abandonaban la Orden, finalizado el Bachiller, con base para elegir carrera.
El poema dice así: «LA MEMORIA es un vaso lleno de tiempo quieto/ con el que el niño juega a darle vueltas/ a ver si se desborda/ a ver si cae al suelo,/ mancha la alfombra de los días/ y resplandece alegre. / Hay veces en que el tiempo, como el agua,/ no tiene claridad y la memoria/ deja de ser espejo./ Es la vejez, sin duda: / una traición del niño/ cautivo en estatura de hombre, / que nunca amó por no ser rey en ella./ Y, de repente, un día/ entre los árboles de siempre, / adviertes que sus ramas vuelven a ser altísimas,/ pero ya sin aquel verdor/ que llenaba los ojos de aventura./ Y al descubrir que es solo una verdad / sin lirios para hacer con ella una esperanza, / no acierta la emoción a echarse al vuelo. Y ya serán los días tiempo sin luz en la memoria».
Yo había oído hablar de Mariano a Marcelino y sus amigos. Oliva decía que cuando corría Mariano sus zapatillas parecían volar y echaban chispas. Algo así debía ser porque recuerdo que, estábamos en La Coruña pasando el verano en casa de mis padres y fuimos con nuestro hijo Javier al Estadio Riazor donde participaba el atleta palentino en una importante prueba. Y, sí, aquel palentino volaba, casi como los ángeles. Nuestro hijo se libró de ataduras y escurridizo como una anguila se metió a correr diciendo «Haro» «Haro». Menos mal que todo quedó en un susto que algunos espectadores cercanos aplaudieron.