Cuando en 1990 se implantó la Logse -ley educativa que pretendió compensar las desigualdades entre los alumnos, la descentralización, la educación en valores, la valoración de las destrezas instrumentales y cubrir la enseñanza de competencias requeridas para adaptarse a las motivaciones e intereses del alumnado-, el profesorado fue sometido a una serie de cursos interminables para reprogramar el cerebro de los educadores hacia estos objetivos. Fue duro. Porque, para empezar, tuvimos que aprender un nuevo lenguaje para llamar a las cosas. Recuerdo la sensación de sentirte un tonto frente a aquellos nuevos gurús que ante cualquiera de nuestras dudas, y más si se les cuestionaban algunos conceptos, te respondían con paternalismo y, a veces, con la impaciencia de quien en realidad te está diciendo: «Traga. Esto hay». En aquel momento empezó la neolengua, que hoy florece con más fuerza. Se dice que nada existe si no lo nombras. Pero la palabra tiene la fuerza de destronar un pensamiento y remplazarlo por otro, para conseguir una nueva ideología, una ética diferente, una ciudadanía nueva. En aquellos tiempos palabras tan hermosas como cercanía o fortaleza, desaparecieron en favor de empatía o resiliencia. O cosas ridículas como llamar rejilla de trabajo a los deberes de los profesores en aquellos cursos. Nos bajaron de las tarimas y nos pusieron en una silla y una mesa al mismo nivel que los alumnos y nos convirtieron en una especie de agentes de las necesidades higiénicas-mentales de un buen ciudadano: psicólogos , sociólogos , ecologistas y feministas incluidos en el concepto nuevo de transversalidad, ya que en matemáticas como en lengua y sociales y demás materias, se debían tocar el tema de los nuevos valores, y evaluar al mismo tiempo conocimientos y competencias, sobre todo. Difícil tarea en la que salieron ganando siempre los alumnos, con lo cual fue subiendo el nivel de resultados, pero en realidad bajando el nivel de preparación. Hasta hoy. La exigencia pagó el pato, eso era anticuado e incluso una percepción fascista de la educación. Tengo que decir que por supuesto, también tuvo cosas buenas, ya que los tiempos cambian y se necesitan reformas. Pero aquí quería centrarme en el lenguaje nuevo que poco a poco nos ha ido invadiendo desde entonces hasta nuestros días. Hoy ya todos saben que es boomer, woke, lawfare, fachosfera o zorra. Son solo unos ejemplos. Un nuevo lenguaje en aras de una nueva tontología cuyo fin es el progreso y la convivencia. Qué bien. Nos van a liberar a todos los de más de cincuenta años, de las tristes cadenas que arrastramos. Deberíamos estar agradecidos.