¡Queridos lectores, ¡paz y bien! Hoy es un día especialmente luminoso para nosotros los cristianos católicos, porque la salvación que nos regaló Dios Padre por medio de su Hijo, se hace patente, se hace visible y palpable: el amor divino posibilita el amor humano a través de la Eucaristía y de la Caritas, de la Caridad genuina. Caridad que no es asistencialismo, sino solidaridad, que no es altruismo, sino fraternidad, que no es filantropía, sino profecía de la Humanidad Nueva. Porque Jesús sacramentado sale a las calles, realmente presente en el Pan de la Vida y en cuantos han comulgado de Él en la Eucaristía.
Bendigo al Señor, que nos da hoy la oportunidad de celebrar la solemnidad del Corpus Christi. Te invito a poner la mirada de tu corazón en el gran regalo que nos hace Dios Padre con la Vida y la presencia real de su Hijo Jesucristo en la Eucaristía a través de la fuerza de su Espíritu. El Pan consagrado, blanco y limpio, ha venido a colmar el hambre y la sed de la humanidad. Por ello, en esta solemnidad celebramos el Día de la Caridad, el día en que el Amor se puede tocar, ver, comer y adorar. Dios no ha abandonado a la humanidad en su camino, sino que se ha quedado de este lado para siempre. Este año se presenta bajo el sugerente lema: «Allí donde nos necesitas, abrimos camino a la Esperanza».
Nosotros, cuerpo de Cristo que es la Iglesia, nos dirigimos a ti, que nos necesitas, pobre, indigente, sufriente, herido. Hoy salimos a la calle en procesión, y cada día te buscamos en nuestros programas de asistencia, de ayuda, de promoción. Salimos a tu encuentro en nuestras campañas y en nuestras celebraciones, en el trabajo y en el ocio. Porque Jesús, siendo Hijo de Dios, «siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriquecernos con su pobreza» (2 Cor 8, 9). Y nos ha pedido que hagamos lo mismo: convertirnos en alimento para el mundo.
Por eso, queremos ser Iglesia en camino, Iglesia en la encrucijada de las vidas que buscan justicia, amparo, promoción y comunidad. Y esto es lo que como Iglesia soñamos ser, una vez que hemos comido y bebido del Banquete de la Vida: esperanza para otros, caminos de encuentro, testimonios de la Buena Noticia de Jesús como comunidad cristiana y ante el conjunto de la sociedad. Demasiada gente ha sido defraudada en su esperanza y pregunta si de verdad hoy hay razones para confiar y esperar.
El Papa Francisco acaba de presentar la Bula La Esperanza no defrauda con motivo de la celebración del Jubileo 2025. Nos recuerda que «el Espíritu Santo, con su presencia perenne en el camino de la Iglesia, es quien irradia en los creyentes la luz de la esperanza. Él la mantiene encendida como una llama que nunca se apaga, para dar apoyo y vigor a nuestra vida. La esperanza cristiana, de hecho, no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino». Sólo aquí se conjuntan esperanza y comunión, presencia y compromiso, adoración y solidaridad.
Sigue diciendo el Papa: «La felicidad es la vocación del ser humano, una meta que atañe a todos. Pero, ¿qué es la felicidad? ¿Qué felicidad esperamos y deseamos? No se trata de una alegría pasajera, de una satisfacción efímera que, una vez alcanzada, sigue pidiendo siempre más, en una espiral de avidez donde el espíritu humano nunca está satisfecho, sino que más bien siempre está más vacío. Necesitamos una felicidad que se realice definitivamente en aquello que nos plenifica, es decir, en el amor, para poder exclamar, ya desde ahora: Soy amado, luego existo; y existiré por siempre en el Amor que no defrauda y del que nada ni nadie podrá separarme jamás. Recordemos una vez más las palabras del Apóstol: «Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8, 38-39)».
Como obispo de esta Diócesis os animo a abrir una y otra vez camino a la esperanza, a ser Iglesia que no defrauda, porque sale a por la vida. Adoraremos a Jesús sacramentado por las calles, y le descubriremos y serviremos en los prójimos. Donde hay caridad y amor, allí está el Señor.