Cuanto más observo y analizo la sociedad en que vivo, más me convenzo de que el hedonismo es la gran epidemia de nuestro tiempo. La búsqueda del placer, de la comodidad, del buen vivir. A cualquier precio, como única meta de nuestra existencia o como objetivo prioritario. Como brújula de nuestra conducta. Como justificación de nuestros actos.
Por hedonismo rechazamos enfrentarnos a las dificultades, al dolor, a la enfermedad, al desamor, a la muerte.
Por hedonismo sacrificamos valores sólidos y los sustituimos por lo efímero, por lo inmediato.
Resulta fácil afirmar que los males de nuestros jóvenes arrancan de su educación hedonista. Pero, en rigor, son los menos culpables de su irrefrenable tendencia a buscar lo que les satisface. Desde que nacen les hemos ocultado todos los aspectos desagradables de la vida, pensando que de esa forma les protegemos. ¡Craso error educativo!
En estos convulsos días de otoño, he escuchado conversaciones poco reflexivas, fruto de la posición hedonista de quien hablaba.
«¡Que putada de la guerra de Ucrania. ¡Ha bajado el Ibex y estoy perdiendo capital!»
«¡Puff. ¡Guerra en Gaza! Seguro que nos espera una subida del precio de la gasolina».
«Me da igual quien gobierne, mientras me suban la pensión». «Bienvenidas las ayudas de bono cultural si las paga el gobierno».
Podría seguir recogiendo ejemplos, todos escuchados a palentinos de diversa edad, cultura y estatus económico. Todas las citas tienen en común un sustrato ético hedonista.
Nadie se quiere preguntar de dónde sale el dinero para pagar pensiones, ayudas sociales o bonos de consumo cultural.
Nadie quiere detenerse en las imágenes terribles de las ciudades ucranianas arrasadas por el sátrapa Putin. Nadie quiere sufrir con la vista de niños palestinos masacrados por bombas israelíes que responden a la barbarie previa perpetrada por el grupo terrorista Hamás contra inocentes civiles judíos. Nadie. Sólo sufrimos si las consecuencias de esas noticias perturban nuestra cómoda zona de confort.
No hay que acudir a los grandes sucesos para ver conductas insolidarias y ajenas al dolor del prójimo. Basta con analizar nuestro día a día. Observamos el ir y venir de ambulancias llevando enfermos al hospital. Intentamos olvidar que el ulular de las sirenas está asociado al dolor. Menos mal que el estrépito dura poco tiempo y el destino de los vehículos medicalizados se localiza a las afueras de la ciudad. Lo mismo se puede afirmar de nuestro comportamiento en tanatorios y funerales. Visitamos a la familia de forma rápida, casi huyendo tras dar el 'pésame'. Rogamos que no nos toque el duelo a nosotros.
Pero la vida es un amasijo de situaciones placenteras y dolorosas. Tenemos que estar preparados para el sufrimiento, la enfermedad, la soledad, el desamor o la muerte. Antes o después pasaremos por ello.
No creo aconsejable cerrar los ojos ante las adversidades. La vejez, la enfermedad, el odio van a seguir caminando a nuestro lado. La sociedad no ayuda a concienciarnos sobre lo que significa estar vivos. Nos abrasan con eslóganes que prometen placeres inmediatos e inagotables.
'Enamórate en nuestra red social'. 'Viaja al paraíso'. 'Conduce el coche que te mereces'. 'Compra la casa de tus sueños'. 'Muéstrate joven'. 'Sé feliz. Estás en tu derecho'.
El choque con la realidad conduce a la frustración.
Invito a la sociedad palentina a que fije su mirada en la legión de desamparados con los que nos cruzamos cada día. Ancianos solitarios, mendigos, emigrantes que buscan olvidar el infierno de sus países de origen… A veces bastará con que sepamos que existen y con que miremos con compasión.
No debemos aspirar a ser felices todos los días a todas las horas y alcanzar todos nuestros deseos de forma inmediata.
Adenda I. La última vez que observé una cara de absoluta felicidad y paz interior en un adulto fue hace unos meses cuando charlaba con una monja de clausura en San Andrés de Arroyo. La religiosa no poseía nada. No necesitaba más. Su rostro iluminaba la estancia donde conversábamos.
Adenda II. Fentanilo, cocaína, Lorazepam, viagra, orfidal, trankimazin… todas esas sustancias buscan atajos para conseguir placeres. Pura medicación para alimentar nuestro hedonismo.