He visitado a una amiga ingresada en un hospital pucelano a causa de las secuelas de covid. Nadie encuentra explicación a las recurrentes molestias que arrastra desde hace muchos meses
«No sé si es debido al contagio del virus o a los efectos secundarios de las vacunas. No estoy bien desde entonces», afirma.
A mi amiga la irrita el trato dispensado en los servicios médicos. «Usted no tiene nada», le dicen.
Admitiría sin problemas que los sanitarios, ante los numerosos casos de covid persistente, alegasen desconocer la enfermedad y sus efectos secundarios. La enoja que la tomen por una enferma imaginaria que hace ostentación de una sintomatología fingida para obtener algún tipo de beneficio laboral.
En algunas comunidades autónomas los afectados están empezando a organizarse (me consta de Galicia, donde los enfermos aparecen en los medios de comunicación contando su problema).
Son miles los ciudadanos que sufren, además de las molestias, la incomprensión de la sociedad y del sistema sanitario español. Todos conocemos a alguien con problemas de salud inexplicables que comenzaron tras contagiarse del virus o tras ser vacunados para protegerse de la enfermedad. Algunos han llegado a perder sus trabajos. Otros luchan a diario para acometer tareas que hasta hace poco tiempo resolvían con facilidad.
Los que aún trabajan y lo hacen con rigor y profesionalidad, han tenido que renunciar a otras costumbres de su vida anterior (ya no hacen deporte y suelen acarrear un cansancio extremo al terminar la jornada laboral que les impide acometer otras actividades de ocio o formación).
No todos los afectados sufren los mismos síntomas. Algunos padecen lapsus de memoria, nieblas mentales que provocan lentitud expositiva y comunicativa. Otros, dolencias de las articulaciones. Los hay con graves dificultades para conciliar el sueño. Mi amiga arrastra una especie de combustión interna, de quemazón que hace que se sienta como si estuviera ardiendo en su interior. Algunas molestias se pueden confundir con las de otras enfermedades igualmente raras e indemostrables científicamente, como la fibromialgia.
Mi amiga pide comprensión y trato humanitario a los servicios médicos. La aterroriza que, debido a su aspecto lozano y su habilidad expresiva para describir su problema, los médicos no den credibilidad a su relato. Al dolor del enfermo se une en este caso la incomprensión de quienes debieran escucharlo y curarlo.
Espero que los enfermos de covid persistente se organicen en todo el país para hacerse oír. Hoy parecen los apestados del momento. Se les invita a resignarse con sus molestias y a no quejarse. Trato de comprender al colectivo médico. Fueron los primeros que murieron en pandemia. Pero se echa de menos una actitud humilde para reconocer que no saben a lo que se enfrentan. No soy antivacunas. Me puse las que me aconsejaron. Comprendo incluso que no se hicieran todas las pruebas previas necesarias. Corría prisa y se salvaron vidas. No obstante, si la vacuna afectó negativamente a algún grupo de ciudadanos, habrá que reconocerlo y resarcirles de alguna manera.
Al final, todo es un problema de dinero. Euros para investigar. Euros para hacer un seguimiento de los afectados por covid persistente. Euros para agilizar prejubilaciones o incapacitaciones laborales, si fuera necesario.
Un problema económico. ¿De dónde sacar recursos? Se me ocurren mil fuentes de financiación si dejamos la demagogia política. ¿Por qué los jubilados que ingresan 2500 euros al mes no pagan las medicinas básicas, ni los billetes de transporte público, o se benefician de descuentos en hoteles y museos? ¿Por qué dar libros gratis a alumnos que gastan 200 euros en unas zapatillas? ¿Por qué bonus culturales universales, independientes de la renta de los beneficiarios? ¿Por qué primas de natalidad a quien ingresa 100.000 euros anuales? Suma y sigue.
Con una política de distribución equitativa del dinero de todos, quizás mi amiga pudiera estar ingresada en observación varios días para intentar averiguar qué la pasa y por qué. Mientras tanto seguiremos con diagnósticos mágicos de los médicos de familia: Problemas de depresión y estrés para los que se receta una ingesta masiva de ansiolíticos. Los pacientes seguirán arrastrándose por la vida y acudiendo de vez en cuando a los servicios de urgencias.
Una analítica convencional volverá a mostrar que están sanos. Vamos, que son unos hipocondriacos en busca de ventajas fiscales o laborales.
¡Qué error!