El 30 de octubre de 1985 el periódico cultural ruso Literatúrnaya Gazeta publicó un artículo donde se acusaba a Estados Unidos de ser el responsable de la propagación del SIDA. Lo había retomado, así lo indicó, de otro de la India, The Patriot. Aquel texto periodístico afirmaba que el virus nació en el laboratorio P4 de Fort Detrick (Maryland), donde el ejército norteamericano desarrollaba investigaciones biológicas. Más tarde, en 1986, los asistentes a la VIII Cumbre de Países no Alineados recibieron un informe de 38 páginas donde se afirmaba que el SIDA era un producto derivado de la preparación de la guerra biológica. Lo firmaban dos investigadores del Instituto Pasteur de París. Prestigiosos periódicos de izquierdas, derechas, centro y de donde haga falta se hicieron eco de aquella información. Así comenzó todo.
El resto de la historia tiene su gracia. Un periodista de otro periódico indio, Times of India, comprobó que The Patriot nunca publicó tal artículo. A su vez, Francia, tras comprobar que los investigadores eran desconocidos en el Instituto Pasteur, pudo localizar a los firmantes… vivían en el Berlín Este. No hace falta seguir. Años más tarde, en 1987 y 1988, miembros de la Academia de Medicina y de la Academia de las Ciencias de la URSS declararon que el SIDA tenía un origen natural y que ningún científico soviético expresó la opinión de que hubiera sido creado en un laboratorio. Solo se trataba, añadieron, de un enojoso caso de «sensacionalismo periodístico».
La anécdota figura en La información, la desinformación y la realidad (Paidós. 1995), una obra de Guy Durandin, profesor emérito de la Universidad París-V, y atenúa en cierta medida esa sensación tan en boga según la cual la desinformación es en estos momentos uno de los graves problemas de la sociedad occidental, entre otras razones porque el libro no es reciente -tiene ya treinta años- y los casos que aborda ocupan todo el siglo XX. Que preocupe, pues, es comprensible pero no hay grandes novedades en este campo sino una acreditada tradición de continuidad en la que intervienen hábiles y patosos… Recuerden el caso del avezado Pinocho y la ocultación de no se sabe cuántos cadáveres en el aparcamiento de Bonaire, en Valencia.